En diversos ámbitos extra eclesiales existe una opinión generalizada que sostiene que las vocaciones religiosas y sacerdotales podrían estar cerca de su extinción. Si bien es cierto que los datos estadísticos de diócesis y congregaciones a nivel mundial hablan por sí solos, no es menos cierto que existen todavía personas valientes y generosas que optan libremente por dedicar su vida a Dios.

Para poder cumplir en la Iglesia con nuestra misión de ser «artesanos de comunión en la cultura de la comunicación», los Paulinos ―como el resto de los cristianos― estamos llamados a contemplar con esperanza la realidad de nuestro mundo y nuestro tiempo.

Don Alberione definió la vocación como «la voluntad de Dios que destina a un alma al estado religioso o sacerdotal […] una preciosísima gema, un tesoro escondido en los corazones […] que da inmensa y eterna gloria a Dios, es fuente de gracias y méritos particulares para el afortunado elegido y es el gran don de Dios a las almas y al mundo, ya que Dios salva a los hombres por medio de los hombres, como salvó al mundo por medio de Jesucristo hecho hombre»[1].

En contraposición a tan nobles ideales, la cultura de la sociedad postcristiana en que vivimos, constantemente nos bombardea con ideas del tipo: “¡Vive tu vida!, ¡Busca tu realización! ¡Vive para ti!, ¡Goza!, ¡Disfruta!, ¡La vida es una sola!” Pero esto no es nuevo… Ya el profeta Isaías[2] denunciaba esta forma de pensar entre la gente de su tiempo: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos»….

La influencia cada vez menor que la religión ejerce en la cultura, ha supuesto también una caída en el número de creyentes. Pareciera que ya no hay espacio ni para Dios ni para la religión, con su carga de exigencias espirituales y morales. La creación del universo, el origen de la vida, del sufrimiento y la muerte, eran enigmas que, explicados desde la fe, encontraban un sentido trascendente. Las vocaciones salen del seno de las familias y de las comunidades cristianas. Si hay crisis en nuestras familias y comunidades, la ‘cantera’ o ‘mina’ de la que salen las vocaciones, se agota.

La vocación religiosa y sacerdotal se ha convertido en un signo profético de nuestro tiempo. Un signo que se cumple y se realiza en el corazón de cada hombre y mujer que acoge favorablemente la llamada de Dios, dejando de lado la indiferencia. Alberione apela constantemente a que sintamos como nuestro el problema vocacional, haciéndonos conscientes de que no se puede hacer mayor servicio a la Iglesia, a las almas y a la civilización, que suscitar vocaciones[3].

A lo largo de su Opera Omnia, son muchas las veces que el Primer Maestro se refiere al problema vocacional, señalando que «en todas partes es el más urgente y el más difícil»[4], algo paradójico si tenemos en cuenta que ―nada más en Italia― llegaron a abrirse hasta ocho vocacionarios, y que para 1959, la congregación contaba con cerca de dos mil aspirantes[5]. ¿Cómo podía entonces hablar Don Alberione de un ‘problema vocacional’, teniendo unos números tan prometedores? La clave está en esta pregunta que él mismo se formula: «ante una masa tan grande de jóvenes que el Señor nos confía: ¿cuál será el porcentaje de éxito?[6].

En su tanda de Ejercicios Espirituales predicada en Ariccia en 1960[7], el Fundador nos exhorta a poner en primer plano el problema vocacional entre las obras de celo apostólico: Jesús no comenzó su ministerio predicando, sino buscando e invitando a algunos hombres a su seguimiento: «vengan conmigo y los haré pescadores de hombres» (Mateo 4, 19). Ellos creyeron en Él cuando vieron el prodigio del agua convertida en vino, en las bodas de Caná: «crediderunt in eum discipuli eius» (Juan 2, 11).

El Primer Maestro nos sigue invitando a no rendirnos frente al problema vocacional, a no dejarnos amilanar por la agravada escasez de vocaciones, que en muchas naciones ha llegado proporciones inimaginables. ¡Los Paulinos somos gente que resuelve! También en el abordaje del problema vocacional, siempre iluminados por la incansable tenacidad y fe de nuestro Padre Fundador, que nos invita a:

 

«Buscar vocaciones:

1) Entre los universitarios, los estudiantes de secundaria.

2) Entre los seminaristas de filosofía, teología, estudiantes universitarios, jóvenes maestros, etc.

3) Entre los jóvenes de las asociaciones católicas, de los talleres de trabajo, de los campesinos.

Los medios son muchos: oración, relaciones privadas, amistades, parentesco, las Hermanas, conferencias y mil industrias santas, ejercicios espirituales…

En todas partes donde haya una casa o librería nuestra, […] dondequiera que se vaya en razón de oficio, de ministerio, de apostolado o de salud, cada vez que hablamos con un párroco, […]  un pariente o una persona que comprende,  quien tiene amor a la Iglesia, al Instituto y a las almas: entiende, habla, actúa, ilumina, aprovecha la ocasión, resuelve dificultades, abre el camino...»[8]

 

 

Por: P. Carlos Astorga, SSP

 

 

[1] Bolletino San Paolo, febbraio 1961

[2] Isaías  22, 13

[3] Bolletino San Paolo, agosto - settembre 1947, p. 8

[4] Bolletino San Paolo, agosto - settembre 1949, p. 5.

[5] Bolletino San Paolo, ottobre 1959, p. 11.

[6] Ídem.

[7] cf. Ut perfectus sit homo Dei, istruzione III: le vocazioni: croce e paternità, No. 85,  pp. 71-72.

[8] Bolletino San Paolo, maggio 1948, p. 1.