Según mi opinión, desde hace bastante tiempo, en nuestras comunidades, existe un importante déficit litúrgico que está a la base de muchos problemas, especialmente comunitarios, pero que se reflejan luego en la realización de nuestra misión, que a veces puede encontrarse vacía de contenido o al menos carente del espíritu suficiente para transformar los corazones.

Ciertamente existen entre nosotros muchas personas que viven en profundidad la vida litúrgica, pero creo que no es el clima general que se respira en nuestras comunidades; es más: a veces se percibe un rechazo casi espontáneo a todo lo que se refiere a la liturgia, seguramente porque se confunde con el rubricismo o porque se considera cosa de otros tiempos, algo superado, o insignificante para los actuales apóstoles de la comunicación social. Y mientras tanto nos privamos de la inmensa riqueza que tenemos a disposición para vivir con intensidad nuestra vida cristiana y para dar consistencia al apostolado.

Hay que partir del hecho que en la liturgia nos movemos en un ambiente sobrenatural –todo en nuestra vocación es sobrenatural, aunque a veces parece que lo olvidamos–, y por tanto, inspirado y conducido por el Espíritu, en quien Cristo continúa haciéndose presente entre nosotros con toda la intensidad de su misterio de muerte y resurrección. Y esto se realiza de un modo increíble, sencillo, pero absolutamente real, en la liturgia. De ahí que celebrar la liturgia –en todas sus manifestaciones– significa situarnos en un plano superior a nuestra propia realidad, y debería exigirnos una actitud de admiración ante la inmensidad del misterio y de humildad ante el reconocimiento de nuestra pequeñez e incapacidad para vivir tal misterio.

Conviene recordar siempre que la liturgia parte siempre de la iniciativa de Dios, y que, por tanto, no es algo que nosotros hacemos, tal vez para sentirnos bien compartiendo con los otros, y ni siquiera para orar en comunidad. De ahí que nuestra actitud debe ser siempre de acogida, llena de estupor, de un don de Dios totalmente gratuito e inmerecido, que nos precede, y que da sentido a todo lo que vivimos y hacemos.

Todo esto es una invitación a hacer de la liturgia el centro de nuestra jornada, y a participar activamente en ella, en cualquiera de sus manifestaciones (Liturgia de las Horas, y sobre todo la Eucaristía, celebrada y adorada), de manera que nuestros días transcurran en el clima sobrenatural al que ha sido llamada, para que la actividad “apostólica” sea verdadero apostolado.

Cuando en una comunidad no hay vida litúrgica, todas las dimensiones se quedan sin la savia suficiente y la comunidad se queda raquítica: la vida de oración se vuelve mecánica y superficial; el ansia de preparación para el apostolado se queda en mera curiosidad por los acontecimientos; el apostolado se queda en simple trabajo más o menos satisfactorio; la vida consagrada se transforma poco a poco en un título, cuando no en un peso; y la vida comunitaria se vuelve un nombre, una simple convivencia, donde en el mejor de los casos los miembros se soportan.

Ahí estriba la necesidad de dejarnos envolver en el espíritu de la acción litúrgica con todo nuestro ser –incluido el cuerpo–, que va más allá de la experiencia y de las palabras, para llegar al corazón del misterio. Porque –dice el Fundador– “La Liturgia es algo vivo y vivificante, algo santo y santificante. En cierto sentido, es la consumación misma de Jesucristo por la que él sigue siendo en su Iglesia el Maestro, el Oferente y la Víctima, el Santificador: Camino, Verdad y Vida para los hombres. La Liturgia es, pues, palabra de Dios, escuela de santidad, fuente de gracia” (Apostolato dell’Edizione, n. 230 p. 192).

El Fundador insiste: “Vivir la Liturgia”. De ese modo la Liturgia “revelará verdades profundas, maravillosas, armonías insospechadas, abrirá horizontes inmensos, elevará los ánimos a una atmósfera de belleza y de gozo espiritual, y todos podrán constatar que responde a las necesidades más sentidas y a las aspiraciones más nobles del corazón humano” (Apostolato dell’Edizione, n. 229 p. 191).