Estamos a la puerta de comenzar un nuevo año litúrgico con el inicio del tiempo de Adviento; nos preparamos con expectación a la venida de Jesucristo, en una cultura que enfrenta grandes cambios, donde muchos de nuestros lenguajes religiosos y pastorales parece que se enfrentan a una crisis de significados, pues parecen no responder a las necesidades e interrogantes de los hombres de hoy.

Esta, que podríamos llamar, crisis, afecta a todas las acciones pastorales, como el anunciar y cultivar la fe cristiana, lo que nos plantea el reto de encontrar el lenguaje adecuado para una transmisión creíble del mensaje evangélico.

Desde esta perspectiva, tenemos que recordar que la verdadera y auténtica teología del año litúrgico no es abstracta, sino concreta, pues se expresa en los textos y ritos de cada una de las celebraciones, pero conviene ofrecer una clave de comprensión de esta teología.

El Padre Alberione nos recuerda: “Puede decirse que cada año la Iglesia nos hace repensar la vida de Jesucristo, nos la recuerda, nos da el tiempo de aplicarnos los frutos de la redención. Pero no es una simple repetición: es un progreso que hemos de hacer, al modo como cada año vuelve el tiempo de escuela y hay que frecuentar las clases; pero no se aprende siempre la misma materia: cada año se va adelante, se progresa en el conocimiento de la verdad, de la doctrina, de la ciencia, hasta que lleguemos a la edad perfecta, o sea a la plenitud de nuestra unión con Jesucristo, allá arriba en el cielo. Y la vida es la preparación del hombre a aquella bienaventurada eternidad, a aquella vida perfecta que nos aguarda después de la vida presente”[1].

El Adviento no es la simple preparación a la celebración del aniversario del nacimiento de Jesús, sino la espera del cumplimiento del Misterio de la redención. El Adviento celebra el “ya” y el “aún no” de la salvación. Somos orientados al retorno glorioso y alegre del Señor al final de los tiempos.

El Adviento es la preparación a la Navidad. Jesús, el día en que nace, abrirá su escuela a los hombres: escuela de verdad, escuela de santidad, escuela de amor. ¡Hemos de sentir la necesidad de esta escuela!, donde reconozcamos con humildad la gran necesidad que tenemos del Maestro divino.

En la vivencia del tiempo de Adviento tenemos el reto de saber utilizar con acierto las expresiones litúrgicas, adaptadas a la mentalidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo[2], orientando las energías para participar y hacer participar a toda la comunidad de una manera gozosa y comprometida en este tiempo de espera.

Dentro de la coyuntura mundial, donde la información y mensajes que circulan suelen ser acordes a los propios intereses, surge la necesidad de una comunicación auténtica de la liturgia del tiempo, que nos posibilite sumergirnos en el Misterio para revivirlo, haciendo de él el camino del propio misterio de salvación.

Que en este tiempo de Adviento, de preparación, sepamos pedir que el Hijo de Dios venga a nacer en nuestros corazones, en nuestras mentes, y nos transforme; pues aquí está la redención de cada uno: en hacerse semejantes a Jesucristo: “reproduciendo la imagen de su Hijo”[3].

 

[1] Alberione, Santiago. Para una renovación espiritual. Predicación a las comunidades paulinas en Roma,1952-1954.

[2] Cf. Cabestrero, Teófilo (2003). ¿Se entienden nuestras homilías? Zaragoza: Ed. Centre de Pastoral Litúrgica, p. 9-10.

[3] Rm 8, 29.