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Jue, Abr

La palabra “Vocación”

«El discurso sobre la vocación siempre nos lleva a pensar en los jóvenes, porque “la juventud es el momento privilegiado para tomar las decisiones de la vida y para responder a la llamada de Dios” (Doc. final del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, 140). Esto es bueno, pero no debemos olvidar que la vocación es un camino que dura toda la vida. De hecho, la vocación atañe al tiempo de la juventud por cuanto se refiere a la orientación y la dirección que deben tomarse en respuesta a la invitación de Dios, y atañe a la vida adulta en el horizonte de la fecundidad y el discernimiento del bien a realizar. La vida está hecha para fructificar en la caridad y esto atañe a la llamada a la santidad que el Señor hace a todos, cada uno a través de su propio camino» (Papa Francisco, Discurso a los participantes en el Congreso de los Centros Nacionales para las vocaciones de las Iglesias de Europa, 6 de junio de 2019).

Auscultándola bien, en la palabra “vocación” se percibe una densa red de conexiones y una luz nueva sobre las cuestiones decisivas de la existencia: libertad, deseo, opción, voluntad, amor, futuro, muerte, persona, vida, felicidad… ¡Resulta extraño pensar que sea difícil (o imposible) hablar de vocación a los jóvenes!, pues en ellos late el grito de muchos de estos interrogantes, exigiendo una respuesta o, más sencillamente, que se les escuche. Es el mismo anhelo que habita en el corazón de todos, de quien cree y de quien no cree, de quien busca, de quien camina en esta historia, hecha para realizar juntos «el interactivo sueño de Dios» (Papa Francisco, Christus vivit, 289).

¿Cómo no reconocer que este anhelo es una apremiante necesidad de sentido dentro de una realidad que parece no ofrecerlo, más aún, casi lo niega o lo hace morir en los numerosos dramas que la humanidad atraviesa? El desafío para responder a la vida es inmenso, y acogerlo para ser testimonios de su Sentido es la gran vocación a la que todos estamos llamados. Conscientes o no, en el corazón de cada hombre arde un interrogante: “¿Para quién soy yo?”. Saberlo, poder responderse es como encontrar un tesoro en que está encerrado el secreto de todo el verdadero significado de vivir, por tanto la propia felicidad. Cada persona viviente en esta tierra es un ser vocacional porque la mirada de su Creador es un guiño vocacional: como es verdad que Dios –el Sentido, el Amor, la Fiesta, la Alegría…– es la vocación del hombre, así éste es la vocación misma de Dios::La Escritura lo cuenta así desde la primera a la última página. La Palabra narra una historia de Alianza entre Dios y el hombre, entre el hombre y Dios, una gesta vivida en la historia, en el tiempo y en el espacio, entre deseo y realidad, entre plenitud y límite, entre limitación y grandeza, entre relación y orfandad. La vocación, cada vocación, es una llamada a encarnarse en el camino de las historias personales y de la historia de la familia humana con la consciencia y la responsabilidad de que responder o no, elegir o no, es la gran cuestión de la vida, de su éxito o de su fracaso.

Repercute fuerte en el corazón la exhortación clara y directa que nuestro Fundador encargaba a las primeras Apostolinas para que la presentaran a las personas, particularmente a los jóvenes: «La vida es don de Dios. ¿Cómo quieres usarla?».[1] En este nuestro tiempo en el que parece que nuestros sueños no encuentren un nombre adecuado, ¡qué gran responsabilidad la profecía de suscitarlos, sostenerlos, ayudarles a dar ese nombre y a realizarlos juntos, ya que, como frecuentemente dice el papa Francisco, «nadie se salva él solo».

 

El P. Alberione y la Vocación: una ojeada a partir de Apuntes de Teología Pastoral

Podemos profundizar el tema del cuidado del P. Alberione por las vocaciones comenzando por su convicción de fondo: Dios llama a todos, y a todos, sin exclusión, es urgente hacer llegar el buen anuncio de la vocación y darles a conocer las diversas vocaciones. Ayudando a cada uno a comprender cuál sea el propio puesto en el mundo y en la Iglesia, se le ayuda a descubrir su verdad para un pleno desarrollo y realización de toda la persona.

Reiteradamente afrontó el P. Alberione la urgencia de considerar el «problema vocacional», como se llamaba entonces. Su actitud es profundamente evangélica porque no se detiene en el aspecto problemático de la necesidad de vocaciones; más bien encuentra motivo de mayor empuje en el empeño de alcanzar a todos los hombres, mediante lo que para él constituye el «trabajo fundamental en la Iglesia».[2] Durante el período pre-conciliar, cuando en campo vocacional se hablaba sobre todo de “reclutar” vocaciones, el Primer Maestro tuvo inspiraciones fuertemente innovadoras que anticiparon el Concilio Vaticano II. Su pensamiento se funda en una clara teología de la vocación, afirmando: «La vocación es obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en un alma para el bien de la Iglesia. No quiero decir solo la llamada, sino la correspondencia y nuestra consumación en Cristo Jesús hasta el cielo. Interviene el Padre: la vocación no empieza a los doce o a los quince o a los veinte años, sino en la mente de Dios: es el acto de amor particular cuando Padre e Hijo y Espíritu Santo convienen, digamos, en el eterno consejo. Convienen en el pensamiento y en la decisión: hagamos un alma electa para el bien de la Iglesia y a servicio de la salvación de toda la humanidad».[3]

A nosotras, Apostolinas, nos resulta espontáneo reconocer al P. Alberione como “profeta” en el campo vocacional, a partir de la experiencia vivida con él desde las primeras hermanas y de toda la enseñanza que nos ha legado consignándonos el carisma vocacional. Pero es todavía más hermoso ir a descubrir cómo esta atención a la llamada de Dios en la vida de cada persona, el discer­nimiento y la necesidad de la formación de las vocaciones, estuvieron presentes en él a partir del comienzo de su ministerio presbiteral o, incluso, constatar que los presupuestos de su sensibilidad vocacional pueden detectarse ya en su propia historia vocacional surcada, como sabemos, por momentos de sombras y de luces.

Mirando al P. Alberione joven sacerdote, puede constatarse bien cómo su historia personal y los primeros compromisos pastorales que le fueron confiados revelan que también sus formadores y superiores habían visto en él signos de una profunda sensibilidad vocacional: es significativo que, apenas ordenado, se le confiara el cargo de la dirección espiritual en el seminario y la formación de los jóvenes sacerdotes (cf AD 83; 107).

 

Particularmente leyendo en Apuntes de Teología Pastoral, el primer texto escrito en 1912, rico de consejos y de experiencia pastoral que el P. Alberione intenta comunicar a los jóvenes sacerdotes de la diócesis de Alba, es evidente cómo su gran atención abraza todos los aspectos, hasta la pastoral vocacional. Con la sensibilidad de hoy podemos hablar de evangelización, que en la vida de toda persona debe desembocar en un camino vocacional como senda a la santidad.

Vamos a detenernos en una consideración que el P. Alberione hace sobre el ministerio del confesor, reconociendo en él el delicado cometido de la orientación vocacional. Lo que destaca con más fuerza es la instancia al compromiso del discernimiento: «Estúdiese atentamente si se trata de verdadera vocación. Si el resultado es afirmativo, se la favorecerá y apoyará, y si es negativo, el sacerdote disuadirá de ello…».[4] La pastoral vocacional actual está particularmente orientada al discernimiento, o sea al conocimiento profundo de la persona y a las señales de la acción de Dios en su vida.

Esta dimensión, como vemos en el texto, se presentó muy pronto en el P. Alberione y constituye el corazón de la tarea en el acompañar de modo particular a los jóvenes.

Él primero aprendió a trabajar sobre sí mismo, aprovechando cuanto personalmente vivió y fue madurando desde los primeros años, valiéndose también de la sensata guía espiritual del canónigo Francisco Chiesa, y luego lo tuvo en atenta consideración a lo largo de su servicio pastoral en el camino de sus fundaciones.

Algunos pensamientos del P. Alberione a las primeras Apostolinas, comunicados a partir de agosto de 1961, pueden leerse precisamente en sinopsis con Apuntes de Teología Pastoral: «…capacidad de conocer las vocaciones; se necesita un “ojo clínico” espiritual, vocacional, un instinto sobre­natural. Es preciso un don de Dios, justo una vocación nueva. No siempre una que quiere ser religiosa es adapta para un determinado instituto. Hay que distinguir las diversas vocaciones, en sus respectivos cometidos».[5]

«¡Es una gran ciencia, sin duda! Puede hacerse ya algo, pero se debe llegar a conocer la voluntad de Dios sobre un alma, las actitudes, la psicología, las costumbres habituales, el estado espiritual y asimismo la tendencia o a la vida contemplativa, o a la vida misionera, o a la vida escolástica y de estudios, etc., para –según la intención apoyada en la fe– llegar a ser de veras vocacionistas, buenas Apostolinas».[6]

La correspondencia, en Apuntes de Teología Pastoral, es el apremio a vivir una actitud radical de confianza, de gratuidad y de libertad, fundamentales en quien trabaja en el campo vocacional: «Dios sabe muy bien cuáles y cuántos sacerdotes y religiosos son necesarios para su Iglesia. Como Padre previsor y próvido, da la vocación a quien quiere y a nosotros la obligación de ver quién la tiene, cultivarla y ayudarla con todos los medios».[7]

La dimensión vocacional en el texto no se limita solo al campo de la orientación y del dis­cernimiento: se ensancha también al de la catequesis vocacional, a la evangelización respecto a la “buena noticia” de la vocación y de las vocaciones, que pide al comprometido en ello tener un corazón universal para acompañar en una búsqueda por todo el campo.

El amor del Primer Maestro a las vocaciones es inventivo, y abarca muchos modos de expresión que la fantasía inspirada de fundador supo encontrar, desde los más ordinarios hasta fundar Instituciones estables como el Instituto Reina de los Apóstoles para las vocaciones, la Pía Unión “Oración, sufrimiento y caridad por todas las vocaciones” y el Santuario Regina Apostolorum en Roma.

Es siempre bien actual cuanto decía a las Hijas de San Pablo y lo repetía después de varios modos a las primeras Apostolinas, expresado como fruto de su experiencia: «El problema del porvenir… constituye en fondo el quehacer de cada alma. es, por tanto, una preciosa caridad ayudar a los jóvenes a plantearse la pregunta: “¿Y tú qué harás?”. Hacer comprender a los jóvenes que si es importante saber elegir y acertar bien en la propia carrera, el propio oficio, es mucho más importante la elección del propio estado. Rogar e iluminar a las almas para la solución de este problema fondamentale es una gran cosa, es exquisita bondad, es meritoria caridad. Trabajar por las vocaciones significa servir a la Iglesia. El problema vocacional es el principal asunto de cada hombre, es el problema más actual y urgente de la Iglesia».[8]

 

La gracia del apostolado vocacional en la Familia Paulina

Siguiendo el camino de nuestro Fundador en la atención continua a lo largo de su vida a todas las vocaciones, no podemos dejar de sentir un fuerte respiro eclesial y de hallar un patrimonio común dejado en heredad a toda la Familia Paulina, a partir de los principios de la espiritualidad orienta­dos a vivir y comunicar al mundo a Jesús Maestro Camino, Verdad y Vida. En las pláticas alberonianas cada Congregación o Instituto de nuestra Familia encuentra fuertes llamadas a la apertura y a la universalidad de la dimensión vocacional en el vivir y desarrollar los diversos apostolados. Así decía a las Hijas de San Pablo: «[…] rogad a María por todas las congregaciones religiosas y por las vocaciones de todos los institutos».[9] Y a los Cooperadores Paulinos escribía: «En particular, promoved la obra de las vocaciones. Preparad las vocaciones, desde las familias, desde las parroquias. Cultivad las vocaciones, con delicadeza y constancia. Escribid e iluminad; selec­cionad jóvenes, especialmente en los días festivos. Selecionad hoy a los mejores jóvenes de los 18 a los 25 años».[10] Esta pasión vocacional nos llega a las Apostolinas con el don del específico carisma vocacional, en una perspectiva fundamental que es el amor a la Iglesia y la estima por todas las vocaciones que la constituyen.

 

El Fundador apela directamente a las referencias fundamentales de la Familia Paulina como verdaderos y auténticos modelos para ejercitar el apostolado vocacional en la Iglesia: «Hay innu­merables métodos y enseñanzas que atañen al cultivo y la búsqueda de las vocaciones. Pero en primer lugar debemos mirar a Jesús, cómo hizo él; a la Reina de los Apóstoles, es decir la Reina de los llamados al apostolado, a todos los apostolados; y a san Pablo, imitador de Jesús tan perfecta y santamente que pudo decirse de él: ha sido de veras el discípulo modelo».[11]

 

Fundamental es la referencia a Jesús Maestro Camino Verdad y Vida, el primer Llamado y el primer Animador vocacional: «Nosotros invocamos a Jesús Maestro, generalmente con esta intención: vivir su vida; por eso decimos camino, verdad y vida, o sea todo nuestro ser. Sea esto, de modo particular, lo que concentre pensamiento y finalidad: Jesús sea nuestro camino, es decir el modo de buscar y formar las vocaciones. Cuando se habla de apostolado, en primer lugar, hemos de hacerlo para nosotros. El Maestro divino, que al salir de su vida escondida dijo “Yo soy el Camino”, nos enseñe la senda seguida por él. En segundo lugar, “Yo soy la Verdad”: nos sugiera, como una verdad persuasiva, lo que debe decirse respecto a la vocación, a la altura, la nobleza, la preciosidad de la vocación, de la vida religiosa y del apostolado. Y tercero, “Yo soy la Vida”: nos acompañe Jesús con su gracia y nosotros tengamos tanta en el corazón como para atraer las almas hacia Dios […]».[12]

 

María Reina de los Apóstoles es otra referencia esencial de la espiritualidad y del ministerio vocacional de la Familia Paulina: «En su total adhesión a la voluntad del Padre, en la constante escucha de la Palabra, en su presencia materna junto a los primeros apóstoles y discípulos de Jesús, María es para nosotras, Apostolinas, la continua inspiradora de toda nuestra vida».[13]

María es así un modelo para nuestra respuesta vocacional y para nuestro apostolado:

«María es como la madre de las vocaciones, la que ayuda a su formación. El apostolado vocacional, después del de Jesús, puede decirse que empezó con María… Recordad cómo María ayudó a las vocaciones de las que Jesús la había hecho madre, y cómo cuanto los apóstoles no habían aprendido ni entendido en tres años, lo comprendieron cuando bajó el Espíritu Santo, invocado costantemente por María y por ellos mismos».[14]

«María todo cuanto tuvo en dones y privilegios lo recibió para formar al primer Vocacionado. El primer Llamado, la primera vocación es Jesucristo. Imitad a María en su misión. Ella lo aceptó cuando dijo: “Fiat” (Lc 1,38) y ordenó y vertió toda su vida en este trabajo de formación de Jesús, de acompañarle hasta el Calvario. Tradujo toda la vida en una acción vocacional».[15]

 

El P. Alberione vislumbraba la necesidad de anunciar el “Evangelio de la vocación” (cf Pastores dabo vobis 34) según el espíritu y con la infatigable acción de san Pablo. Asoció siempre a san Pablo con la dimensión vocacional viéndole justamente como el hombre de las vocaciones y como el gran intercesor por las vocaciones.

«¿Cómo oirán la Palabra de Dios si no es predicada?, se pregunta claramente san Pablo (cf Rom 10,14-15.17). ¿Y cómo podrá predicarse si no hay vocaciones para ello?».[16]

«Como para toda la Familia Paulina, también para nosotras, Apostolinas, san Pablo es padre y maestro, no solo en cuanto a la comprensión y adhesión vital al misterio de Cristo, que el Apóstol “pensó” en términos claramente “vocacionales”, sino también en su constante búsqueda y formación de hombres y mujeres llamados a particulares vocaciones y ministerios a servicio de la Iglesia».[17]

Como decía el P. Alberione y según la mentalidad de san Pablo «las obras se hacen si hay personas, y éstas producen tanto cuanto más están incorporadas en Cristo».[18]

 

Por otra parte, no cabe hablar de apostolado vocacional sin una referencia a la necesaria forma­ción de una conciencia vocacional –dice el P. Alberione– iluminada, profunda, emprendedora.[19] «En vuestro caso ha de crearse en vosotras la conciencia vocacional, justamente una creación nueva, algo que antes no había, algo que el Señor quiere dar, algo que responde al pensaminto de Jesús: “Rogad al Señor de la mies que mande buenos trabajadores a su mies” (Mt 9,38)[20]. […] Cuando se tenga esta conciencia, la eficacia será clara»[21]. «¡Oh, sí! ¡Tener una conciencia vocacional! Y luego formarla en los demás…».[22] Estas palabras del beato Santiago Alberione resuenan con viva fuerza para releer y orientar siempre nuestra misión eclesial hacia un apostolado vocacional capaz de comprender caminos y medios nuevos para ejercitarlo eficaz­mente a servicio de la vida y de la vocación de cada persona. Nuestra tarea específica de Apostolinas en la pedagogía y en la pastoral vocacional –desenvueltas en la animación, el acompañamiento, la orientación y el discernimiento de los destinatarios de nuestra misión–,[23] nace precisamente de una profunda conciencia y sensatez vocacional, que toma a pecho la fidelidad al proyecto personal de Dios sobre cada uno.

 

Respecto a las modalidades concretas de la orientación vocacional, el P. Alberione proponía tres medios para captar la voluntad de Dios: oración, reflexión, consejo:

«a) Orar, para que la luz de Dio sature el alma. […] b) Reflexionar, pues la elección de estado y la subsiguiente correspondencia es el gran problema de la vida, y de su solución depende la serenidad aquí en la tierra y ordinariamente la felicidad eterna. […]. c) Aconsejarse con persona que sepa, que ame, que busque el verdadero bien».[24]

 

Una oración apostólica: el Ofertorio vocacional

Rezar es ya percibir la necesidad espiritual de la humanidad y la belleza de la llamada: por parte del hombre entraña sensibilidad y disponibilidad; y por parte de Dios, fidelidad y gracia. Cuando suplicamos «Oh Jesús, pastor eterno de nuestras almas, envía buenos obreros a tu mies»,[25] participamos de algún modo en la acción de Dios que llama y envía, aceptando también los modos y los tiempos del Padre en la realización de su proyecto. Se trata de orar como Jesús obediente y ofreciéndose personalmente al Padre, teniendo su mismo sentir (cf Flp 2,11; Heb 5,7-10). Dios nos escucha ante todo coimplicándonos en su pasión por la salvación de todos.

El Fundador dejó además a toda la Familia Paulina una “Oración de ofertorio” en la cual, parale­lamente a la oración de Jesús (cf Mt 6,9-13; Jn 17) y según el apostolado específico, se ofrece la propia vida al Padre por todos. Confiando a las primeras Apostolinas “la Oración de Ofrecimiento por las vocaciones”, el P. Alberione decía que la misma “abarca todos los puntos por los que más se debe orar y obrar”.[26] Podemos percibir cómo esta oración de ofertorio es realmente una clara orientación de la ofrenda de sí mismos en aras de la misión vocacional, absorbiendo totalmente la vida y hundiendo sus raíces en la herencia carismática que nos ha legado el Fundador. Es la «síntesis de nuestra plegaria apóstolica, memorial cotidiano de toda nuestra vida dada y “derramada” por las vocaciones».[27]

Esta oración de ofrecimiento abraza toda nuestra vida haciéndonos una “liturgia” vivida al servicio del pueblo de Dios. Es una liturgia asociada a Jesús Hostia y ofrecida al Padre de quien viene todo bien a la humanidad.

A través de esta oración, en la estela evangélica del “Padrenuestro”, tras haber adorado y agradecido al Dios de la vida todos sus dones, mediante Jesús, teniendo presente el hambre de los jóvenes y de todos los hombres, se le pide hoy el “pan del camino” que lleva a su reino, suplicando que cada uno descubra la senda para seguir a Jesús y así caminar espeditamente hacia la santidad que es amor acogedor y ofrendado. Más que nunca, nuestro tiempo necesita vocacionados que sean sal y luz del mundo (cf Mt 5,13-16).

La misión vocacional, en su realidad de anuncio y de oferta, se vive en comunión con Jesús, el Maestro con corazón de Pastor, Camino y Verdad y Vida, como continuación de su misión. Y al igual que en la misión de Jesús, están presentes la dimensión de la oración, del don de la vida y de la reparación.

En esta oración de ofrecimiento se centra la atención a todo el pueblo de Dios, a todas las vocaciones y a todo el camino: desde el despuntar de la semilla vocacional hasta su pleno logro; asimismo resulta clara la instancia a la responsabilidad y a la colaboración de todos (familia, escuela, comunidad cristiana).

El Ofertorio Vocacional es la “memoria cotidiana” de la belleza y del compromiso de la misión vocacional a la que nosotras, Apostolinas, por gracia de Dios, consagramos toda nuestra vida, y que pasa a ser una consigna a la entera Familia Paulina para alimentar y vivir juntos el apostolado vocacional.

 

Hna. Marialuisa Peviani, apostolina

 

 

[1] AP 1965, 135.

[2] Boletín San Paolo, mayo 1949, 2.

[3] Cf FSP54, 131-133.

[4] S. Alberione, Apuntes de Teología Pastoral, Ed. San Paolo 2002, 229-230. Citaremos la obra con las siglas ATP.

[5] AP 1961, 187.

[6] AP 1963, 153.

[7] ATP 382.

[8] FSP57, 207.

[9] FSP47 421.

[10] Boletín San Paolo, Sept.-Oct.-Nov. 1968, 8.

[11] AP 1958/2, 181.

[12] AP 1958/2, 181.

[13] Instituto Reina de los Apóstoles para las vocaciones (Hermanas Apostolinas), Constituciones. Itinerario espiritual – apostólico – formativo – jurídico (lo citaremos por Const.), 11.

[14] Const., 94; cf AP VARIA, 292.

[15] AP 1958/2, 34-35.

[16] AP 1961, 187.

[17] Const., 13.

[18] Boletín San Paolo, Julio 1957, Número especial, p. 3.

[19] AP 1961, 299.

[20] AP 1961,178.

[21] AP 1961, 79.

[22] AP 1961, 192.

[23] Cf Const., 95-98.

[24] S. Alberione, UPS  I, 218.

[25] Oraciones de la Familia Paulina, 27 (ed. esp.).

[26] Cf AP 1961, 227.  

[27] Const., 80.

 

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25 Abril 2024

La mente è la radice di tutto il nostro operare e perciò se la radice è sana, buona, la pianta crescerà e darà i suoi frutti, i suoi fiori. Santificazione interna. Non perder tempo lì, nell’interno. Tutto ciò che è estraneo a noi o che è fuori del volere di Dio, fuori della volontà di Dio, è tempo perduto (APD56, 252).

25 Abril 2024

La mente es la raíz de todo nuestro actuar y por eso, si la raíz es sana, buena, la planta crecerá y dará fruto, flores. Santificación interior. No hay que perder tiempo ahí, dentro. Todo lo que nos es ajeno o está fuera del querer de Dios, fuera de la voluntad de Dios, es tiempo perdido (APD56, 252).

25 Abril 2024

The mind is the root of all our work and therefore if the root is healthy, good, the plant will grow and will bear fruits, will bear flowers. Internal sanctification. Do not waste your time there, in the interior. Everything that is extraneous to us or that is outside of what God wants, outside God’s will, is time lost (APD56, 252).