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Jue, Mar

 

Al texto de Gianfranco Maggi, ya publicado, sigue ahora el de Andrea Riccardi que en el palaAlba, el pasado 28 de noviembre de 2021, reevocó la figura del P. Santiago Alberione en el contexto de la Iglesia del siglo XX. Riccardi, nacido en Roma, ha enseñado historia contemporánea y cuenta con diversos doctorados honoris causa. En 1968 fundó la comunidad de San Egidio, conocida por su trabajo en favor de la paz y del diálogo. El año 2003, la revista Time le inscribió en la lista de los trentaiséis “héroes modernos” de Europa, destacados por su valentía profesional y el compromiso humanitario. Colabora en numerosas revistas y diversos diarios. Es un estudioso de la Iglesia en la edad moderna y contemporánea, y también del fenómeno religioso en su conjunto. En 2011 publi­có “Juan Pablo II. La biografía(San Pablo) y más recientemente “La Iglesia arde. Recibió el premio Carlomagno, y recientemente fue ministro en el Gobierno Monti; desde 2015 es presidente de la Sociedad Dante Alighieri.

 

El P. Santiago Alberione es un hombre del siglo XX. Nacido en el umbral del mismo, el año 1884, vivió las grandes peripecias del tiempo en una Italia ya sólidamente unificada.

La belle époque, las dos guerras, la crisis del Estado liberal y la llegada del fascismo, la República democrática, el comunismo, la transformación de la campiña con el desarrollo del segundo pos­guerra, la explosión económica, el concilio Vaticano II... son acontecimientos que involucraron su vida. Murió con ochenta y siete años en 1971, cuando el mundo estaba sumergido en la guerra fría y nadie intuía que el bloque comunista pudiera desfondarse.

Alberione es hombre del siglo: no un cura separado de la historia de aquellos años. Entró en contacto con las grandes transformaciones políticas, económicas y antropológicas del tiempo. Su visión de la Iglesia no se cerró en las instituciones eclesiásticas o en el pequeño mundo antiguo de los católicos de las Langas (comarca del Piamonte).

Sintió los “empujones”, como dice él, de la historia. Cuando se abría el siglo XX, en Berlín, el gran estudioso alemán de doctrinas religiosas, Ernst Troeltsch, personalidad de gran cultura, saludaba así el tiempo que estaba estrenándose: «Señores míos, todo vacila». Y “Todo vacila” era el brindis al nuevo siglo.

 

  1. Misión para el nuevo siglo que comenzaba

La noche entre el 31 de diciembre de 1900 y el 1 de enero de 1901 fue un momento particular para el seminarista Alberione, de dieciséis años. Lo pasó en oración en la antigua catedral de Alba, siguiendo la invitación de León XIII. El joven, con los compañeros de seminario, permaneció allí toda la noche «vagando con la mente en el futuro»: le parecía que, en el nuevo siglo, almas generosas sentirían cuanto él intuía y, asociadas, realizarían lo que Toniolo repetía: “Uníos; el enemigo, si nos encuentra solos, nos vencerá uno por uno”. El pensamiento social de Toniolo inflamó al seminarista. Era el Toniolo del Programa de los católicos frente al socialismo, de 1894: un programa expresado en el eslogan «Proletarios de todo el mundo, ¡uníos en Cristo bajo el estandarte de la Iglesia!», contenido en el libro de 1900, La democracia cristiana, para una veraz aplicación del catolicismo social.

Una misión relampagueó ante los ojos del muchacho, retomando el pensamiento de Toniolo: «Ser los apóstoles de hoy, usando los medios utilizados por los adversarios». El campo abierto ante él le parecía el “nuevo siglo” que se debía afrontar con “nuevos medios”. Fue la intuición básica: un campo enorme y nuevos medios para trabajarlo. Así expresaba la modernidad en su modo de ver y actuar. No tenía miedo del mundo contemporáneo, que se le presentaba repleto de recursos, aunque también cargado de insidias. Más adelante, tampoco tendrá miedo del mercado, del dinero, de las máquinas, del riesgo calculado. ¡Pero no era un aventurero!

Su planteamiento fue intransigente en cuanto a la fidelidad a la Iglesia y en el calibrar las “insidias”, pero muy abierto a los hombres y mujeres del tiempo, así como a las oportunidades y a los medios que iban alargando el paso. En fin, Alberione, tanto de joven soñador como de anciano fundador, nunca fue un tradicionalista.

Escribe en su autobiografía, usando la tercera persona: «Se sintió profundamente obligado a prepararse para hacer algo por el Señor y por los hombres del nuevo siglo, con quienes habría de vivir». Hacer por el Señor: es el religioso pensamiento del seminarista. Pero también hacer por «los hombres del nuevo siglo con quienes habría de vivir»: esos hombres no son solo los fieles, sino todos, porque con ellos deberían vivir él, sus seguidores, la Iglesia. Estamos ante sueños de un muchacho provinciano, como tantos otros, sueños que a menudo pasan. En cambio, este joven, más tarde sacerdote y teólogo, se muestra terco en mantener tal sueño. Se siente ante un tiempo de veras nuevo. «Todo vacila», decía Troeltsch. Y la Iglesia debía estar a la altura de este terre­moto de la historia.

 

 

  1. Abiertos a la modernidad pero seguros en la fe

Mucho parecía vacilar del mundo de ayer, incluso en la pequeña Alba (en 1900 contaba once mil babitantes). También la Iglesia, hasta la de Alba, se veía desafiada por los liberales, sea moderados sea radicales y anticlericales.

La Iglesia, en el plano político-social, sufría el reto del movimiento socialista, que en 1895 había asumido en Parma el nombre de Partido socialista italiano (luego, en 1921, en el congreso de Livorno, con la escisión maximalista, daría vida al Partido comunista de Italia).

Estas fuerzas políticas eran la expresión de la autoredención político-social del proletariado que ocuparía la escena en los años del Novecientos, alternativa a la Iglesia. El marxismo, en la versión leninista, era la ideología que desde Europa se exportaría a todo el orbe.

La Iglesia se sentía desafiada por un mundo político que había secularizado y politicizado la redención. Y no solo, se veía desafiada también internamente, como pensamiento teológico y como doctrina, por la cultura histórico-crítica que ponía en discusión su enseñanza. Se trataba del modernismo, definido así por los adversarios y condenado por Pío X con la encíclica Pascendi de 1907: eran las posiciones de los católicos, como se lee en el Programa de los modernistas (escrito anónimamente por el sacerdote romano, estudioso del cristianismo, Ernesto Buonaiuti), «viviendo en armonía con el espíritu del propio tiempo», buscando así adaptar la religión a «todas las conquistas de la época moderna en el campo de la cultura y del progreso social».

Frente a las conquistas del pensamiento crítico y de la ciencia, la gran pregunta de la Iglesia era: ¿adaptarse o no? Emile Poulat, gran historiador francés, lo había dicho hacía ya decenios. Cuando “todo vacila”, ¿es necesario que la Iglesia se adapte, o se oponga? Oponerse ¿significaba cerrarse en los templos o en las sacristías, en el viejo mundo antiguo, en la perennidad de los ritos en latín? Con la vida y la obra, Alberione traza, para sí y para los suyos, una línea delicada y constructiva en respuesta a esa pregunta: es preciso ser intransigentes en cuanto a la fe (él lo fue frente a la cuestión modernista), en cuanto a las ideologías (lo fue asimismo con los liberales y las izquierdas), mientras es necesario adaptarse al siglo, no sólo en la recepción de los instrumentos nuevos, sino también en la cercanía a la realidad de las mujeres y de los hombres que cambian.

Alberione habla de “adaptación” y de “espíritu de comprensión”. Intransigencia y modernidad. Alberione pasa la noche a caballo de los dos siglos rezando desde la fe antigua trasmitida por su familia campesina, y que ahora estaba profundizando en el Seminario de Alba (una institución de severa tradición de estudios, que aun siendo provinciana contaba con personalidades de peso como el canónigo Chiesa, y de la que vendrían sacerdotes come don Bussi y monseñor Rossano).

Alberione era el hombre de la fe en los papas. A lo largo de su vida fue un católico papal, no solo porque tenía necesidad del papa (ello se ve claro en las primeras dificultades con el obispo de Alba, cuando se le escapa yéndose a Roma), sino porque para él los papas son los profetas ante el horizonte del siglo. Justo en noviembre de 1900, le impacta mucho la encíclica de León XIII, Tametsi futura, en la que el Papa registraba la lejanía de muchos respecto a la fe, pero se interrogaba: «La vuelta completa de la sociedad al espíritu cristiano y a las antiguas virtudes ¿no es acaso la mayor necesidad de los tiempos?».

El joven quedó afectado por el texto, que según mi parecer no es ni siquiera de los más incisivos de León XIII; pero ya se sabe que muchas veces una palabra “toca” por un estado de ánimo predispuesto.

 

  1. Sacerdote y editor

Otro papa, Pablo VI (que visitó al P. Alberione pocas horas antes de que éste muriera) trazó su perfil, hacia el final de su vida, en 1969, recibiendo a los Capitulares paulinos: «Debemos a vuestro Fundador, aquí presente, el querido y venerado P. Santiago Alberione, la construcción de vuestro monumental Instituto. En el nombre de Cristo, le damos las gracias y le bendecimos. Miradle: humilde, silencioso, incansable, siempre alerta, siempre ensimismado en sus pensamientos que van de la oración a la acción..., siempre atento a escrutar los “signos de los tiempos”, es decir las formas más geniales de llegar a las almas..., nuestro P. Alberione ha dado a la Iglesia nuevos instrumentos para expresarse, nuevos medios para vigorizar y ampliar su apostolado, nueva capacidad y nueva conciencia de la validez y de la posibilidad de su misión en el mundo moderno y con medios modernos».

He traído esta larga cita de Pablo VI, no solo por el retrato eficaz del Fundador, sino porque explica el método de Alberione como teología de los signos de los tiempos nacida en la estación conciliar. Él la había practicado anticipadamente y con claro instinto evangélico. Se sintió movido por el reto del “nuevo siglo”, afrontándolo con el uso de “nuevos medios”, no eclesiásticos. Aquí está el germen de la intuición desarrollada luego por toda la vida, constituyéndole (como dice el título de estos nuestros encuentros) un “empresario de Dios”. Empresario es una figura nueva, pertene­ciente al mundo de la segunda revolución industrial. Empresario a escala mundial, porque desarrolló su acción en el mundo, viajando mucho, cuando los superiores generales no solían hacerlo a menudo. Considérese además su fragilidad aparente acompañada de un permanente sufrimiento físico, a causa de problemas tocantes a la columna vertebral.

Sacerdote y empresario, ¿no es una contradicción? ¿Y no es también una contradicción la de sus sacerdotes que trabajan en la tipografía o la de sus religiosas yendo de casa en casa con Familia cristiana y otras publicaciones? No se trata solo de una obra audaz en el campo educativo, caritativo, misionero, sino que Alberione entra en el mundo de la producción, del mercado. Por ejemplo, en 1923 la Sociedad de San Pablo, sociedad anónima por acciones, es regularmente conocida en la bolsa y prevee que, en el reparto de beneficios, el 70% vaya a los accionistas (tenemos las fichas con los dividendos). Algo que no puede dejar de suscitar perplejidad en el ámbito eclesiástico: ¿una sociedad por acciones para una obra religiosa?

¡Pero era el mundo del siglo! En 1900 se había celebrado en París la Exposition universelle, cuya expresión más conocida sería la Tour Eiffel, que incluía también una Galerie de machines: era, para los cincuenta millones de visitante, la exaltación de las obras del progreso, de las máquinas, del ingenio humano, de los descubrimientos, del gusto por emprender, que hacían soñar un siglo XX completamente nuevo, producto del desarrollo humano. ¿Qué llegaba de todo esto a una pequeña Alba de finales de Mil ochocientos y comienzo de Mil novecientos?

 

En efecto, Alba era una ciudad prevalentemente agrícola y con escasa industrialización, donde incluso los propios socialistas habían encontrado un espacio limitado. Pues precisamente en Alba, ante un siglo que nacía orgulloso del desarrollo, en el tiempo de la belle époque, Alberione concibe un sueño que originaría otros muchos: usar los medios modernos y seculares, pues su uso no seculariza el mensaje cristiano, sino que lo multiplica, como lo había experimentado en la direc­ción del semanario Gazzetta d’Alba. Así pues, tipografía, periódicos, libros, cine, radio y cuanto se añada a esta intuición. Me impressiona, por aquelloa mismos años, la historia del P. Kolbe, fran­ciscano conventual, conocido por su martirio en 1941 en Auschwitz. En la Polonia independiente afronta la misma problemática de Alberione (tenía diez años menos que éste, habiendo nacido en 1894).

Kolbe puso el uso de la máquina al centro de la impresión de sus revistas, como El caballero de la Inmaculada, que de los cinco mil ejemplares en 1922, alcanzó el millón en 1938. Transformó un grandísimo convento, no lejos de Varsovia, con setecientos cohermanos obreros alrededor de rotativas y linotipias, en un centro de edición y difusión muy vasto, donde (como decía el cardenal Wojtyla) hacía «cantar a las máquinas para gloria de Dios». Y continuaba diciendo el futuro Papa: Kolbe quería dirigirse «a los pobres, hambrientos de la palabra del Señor como del pan». Es signifi­cativo que por aquellos mismos años, a Kolbe se le plantearan en Polonia las mismas objeciones presentadas a Alberione en Italia. Señal de una mentalidad católica. Al sacerdote polaco le obje­tarían que su empresa editorial era contraria al espíritu franciscano de pobreza. Así respondió él: «¿Es una razón suficiente para permanecer recostados en el siglo XIII como si estuviéramos en una butaca, cerrando las puertas al progreso técnico? Quien optara por imitar a la letra a san Francisco no debería ni tomar el tren ni leer los periódicos, y nunca, ¡nunca! fumar un cigarrillo... No debe­mos temer el progreso, debemos santificarlo».

Kolbe convirtió una parte de cohermanos franciscanos a su empresa, que (lo notaba Wojtyla) se dirigía a una parte pobre de la población.

 

  1. El fundador de institutos

Alberione, para realizar aquella su misión, sueña y crea un movimiento de hombres y mujeres que se dediquen totalmente a ella. Escribe: «La necesidad de un nuevo escuadrón de apóstoles se le clavó de tal modo en la mente y en el corazón, que luego dominó siempre sus pensamientos, ora­ción, trabajo interior y aspiraciones. Se sintió obligado a servir a la Iglesia, a los hombres del nuevo siglo y a trabajar con otros en organización... Desde entonces estos pensamientos inspiraron las lecturas, el estudio, la oración, toda la formación. La idea, primero muy confusa, se iba aclarando, y con el pasar de los años llegó a concretarse».

Aquí tenemos la dimensión del fundador de comunidades que se desenvuelve hasta su muerte en 1971, con la creación de las varias ramas de la frondosa Familia Paulina, talmente exuberante de congregaciones, institutos, cooperadores laicos que, una vez, años atrás, habiéndome llamado para hablar a los Paulinos, los definí «la jungla paulina». No voy a narrar la historia: el Fundador no está sólo al comienzo de la Sociedad de San Pablo, sino de las Hijas de San Pablo, de las Pías Discípulas, de las Pastorcitas, de las Hermanas Apostolinas, de los Institutos seculares agregados, de los Cooperadores laicos. A estas ramas frondosas les propone la unidad y la cooperación en la imagen de la Familia de San Pablo. No siempre la Santa Sede, sobre todo la Congregación de Religiosos, el dicasterio vaticano que se ocupa de este sector, se mostró favorable a la construc­ción unitaria de esta Familia.

Quiero subrayar que, si bien posteriormente se acentúen las distinciones, muy pronto Alberione se interesó de los laicos (desde 1909 pensaba ya en los laicos consagrados), después se fijó en la mujer asociada también ella a los sacerdotes, y además en los cooperadores como una tercera orden. Muchas iniciativas y fundaciones nacen de su experiencia del “siglo”, que es la secularidad del tiempo, el cual requiere nuevos apóstoles, como él dice, y sacerdotes que no se “instalen” en su iglesia. Sobre todo ello domina el sueño: abordar un espacio en gran parte cerrado a la Iglesia. Se constituye, pues, en un formador de los obreros del sueño, a quienes habla continuamente comunicándoles espiritualidad y entusiasmo. Es un misionero y un empresario, por eso se lanza al mercado del tiempo, de la vida, de las opciones de la gente.

Para esta misión ¿sirven precisamente religiosos? En 1922, la Congregacición de Religiosos, guiada por el piamontés y noble cardenal Valfré di Bonzo, hace saber que, no obstante el “nobilísimo fin”, no sirven religiosos. ¿Puede una congregación ocuparse solo de prensa? Van a necesitarse cinco años para el reconocimiento diocesano con Pío XI. Entretanto se difunden en las parroquias La doménica [El Domingo], semanario litúrgico, y Vita pastorale [Vida pastoral] para el clero. En fin, la intuición y la obra de Alberione se imponen por sí mismas, entre la gente y los obispos. Pío XI concluye el asunto con una sentencia clara, que expresa también la modernidad de su pensa­miento: «Queremos una congregación religiosa para la buena prensa».

Se discute si Alberione haya sido portador de uno o más carismas, pero a mí me interesa subrayar que ha sido el realizador de un sueño. Y siguió soñando hasta la vejez. Un sueño constructivo. Cada fundación, en la historia de la Iglesia, contiene una lectura crítica de la realidad eclesial, de las lagunas, de las deficiencias y de las inercias. Esta lectura no desarrolla principalmente un pen­samiento crítico, confiado a libros o intervenciones públicas; pero hace nacer una utopía que permitirá decir a un fundador: «Lo que la Iglesia no hace, pruebo a hacerlo yo con nuevos compa­ñeros y compañeras». Tal perspectiva encuentra dificultades en las instituciones eclesiásticas, como lo experimenta Alberione, pero es típica del catolicismo, una Iglesia simultáneamente muy institucional, pero a la vez capaz de libres iniciativas carismáticas. Este es el genio de la Iglesia católica, al consentir la vitalidad y garantizar una libertad de iniciativa, llevando así a un simple sacerdote de Alba a constituirse en cabeza de ocho instituciones, de numerosas obras, revistas, iniciativas en el terreno de la comunicación, y seguir siendo un sencillo sacerdote. Alberione tenía un pensamiento crítico. En su votum para el Vaticano II auspició la posibiliddad de utilizar la Misa teletrasmitida para algunas categorías y el uso de la lengua vulgar en algunas acciones litúrgicas. Después del Concilio reafirmó su pensamiento crítico: «El continuo descristianizarse de la vida, del arte, del pensamiento, etc. depende de la falta de oxígeno litúrgico-bíblico en que por siglos hemos hecho vivir al pueblo. Del fenómeno de siglos de separación entre liturgia y Biblia resul­taron consecuencias dolorosas: el gran pueblo que no entendía la Misa, los sacramentos, las funciones… Una predicación separada de la Biblia no se la sentía como palabra de Dios sino más bien como un razonamiento del hombre».

 

 

  1. De Alba a Roma, por los caminos del mundo entero

¿De dónde nacía este pensamiento crítico sobre la Iglesia que empujó al P. Alberione a concebir y realizar su obra? Lo dice Pablo VI: de la lectura de los “signos de los tiempos”, o sea de las necesidades de la historia.

En efecto, él pensaba en la Iglesia concreta, no de modo abstracto. Escribe en Abundantes divitiae, un texto autobiográfico que algunos de sus hijos le pidieron cuando tenía ya sesenta y nueve años y estaba en Roma: «Todo le sirvió de escuela». Frase muy hermosa: la fe firme no le impedía aprender de todo y de todos. Aprendiendo, Alberione no podía dejar de ver las situaciones críticas en la Iglesia.

Me contó el P. Renato Perino, que fue Superior general de la San Pablo, que cuando de joven acompañaba al P. Alberione, de casa al Concilio y luego al regreso, le confiaba los problemas que veía en la Iglesia con criticidad y participación.

El sacerdote humilde, casi demasiado en la apariencia, que se nos presenta severamente vistiendo de sotana, con la cabeza gacha (así se le veía también en los primeros tiempos caminar por las calles de Alba, como si estuviera concentrado en sí mismo o se encontrara en otro mundo), no solo era un hombre práctico y realizador, sino que le gustaba estar en la historia y sabía leerla.

En efecto, era amante de la historia. También don Bosco, una figura a la que el P. Alberione miró mucho, amaba la historia. De joven el P. Santiago había leído la historia universal de la Iglesia escrita por Rohrbacher, la de Hergenroter y la Historia universal en 35 volúmenes de César Cantù.

La lectura de la historia fue casi una disciplina para Alberione, tanto que durante diez años leyó las dos obras antes citadas y por ocho años los numerosos volúmenes de Cantù. No es un caso (lo dice él mismo) que le interesara el libro de Enrique Swóboda, La cura de almas en las grandes ciudades, y le considerase un gran maestro suyo.

No trazaré la historia de Alberione, ya conocida para la mayoría. Se nota claramente un sentido en la geografía de su vida, con dos polos: Alba y Roma. Alba permaneció siempre en el corazón del piamontés realizador y apegado al terruño, como era. Aquí, entre esta gente concreta, estuvo su mundo. Para el movimiento fundado por él, Alba seguirá siendo siempre el corazón.

Pero Roma fue decisiva. Allí, desde 1933, se traslada hábilmente Alberione, debido en parte a la visita canónica del obispo a la Casa Madre de Alba, preocupado de que no salieran las cuentas. Roma quiere decir más: el Fundador habla de “romanidad”: «El Papa es el gran faro encendido por Jesús a la humanidad», afirma. Los papas son los interlocutores e inspiradores del Primer Maestro, como se le llamaba al empresario de Dios. De Roma recibe, en 1941, el reconocimiento de congre­gación pontificia. Roma es el camino para el mundo entero.

Si Alba y Roma son las dos referencias decisivas, donde el Fundador quiso levantar las construc­ciones de sus templos (en Roma, notémoslo, sin mayor incidencia en el tejido religioso de la ciudad, dada la presencia de numerosas Iglesias de mayor tradición), la geografía de sus congre­gaciones se mide con el mundo: sus fundaciones, no solo italianas o europeas, sino en Brasil, Argentina, Estados Unidos, China, Filipinas, Japón... No es el caso de trazar ahora la geografía de la propagación de la obra. Se da claramente una conexión entre romanidad y universalidad. Esta última, según el Fundador, significa: «Llevar en el corazón a todos los pueblos; hacer sentir la pre­sencia de la Iglesia en todos y cada uno de los problemas; espíritu de adaptación y comprensión frente a todas las necesidades públicas y privadas». No por nada tenía siempre un mapamundi en su mesa de trabajo.

El Fundador, tan piamontés, empieza a moverse por el mundo. Su primer viaje fue en febrero de 1939, cuando salió por primera vez de Italia yendo a Czestochowa para visitar a la pequeña comunidad paulina, que tenía problemas. En 1945, con la Madre Tecla Merlo, la primera Superiora general de las Hijas de San Pablo, partió para Estados Unidos, desde donde fue luego a Argentina y Brasil. Después sería la vez de Asia. En 1957 viajó a África. En fin, Alberione, provinciano de Alba, arribado a Roma, ya sesentón, conoció el mundo y dio así a los Paulinos, tan italianos, una directriz universalista: «Descubrir cuanto hay de verdadero, de bueno, de sano en el culto... no significa llevar usos, lengua, nacionalismo... No se trata de hacer colonias bajo el aspecto religioso, sino de hacer ciudadanos del reino de Jesucristo». Este es el pensamiento de la Iglesia de Roma en la acción misionera, que no es una colonización religiosa: así lo atestiguaba, en Roma, monseñor Celso Costantini, secretario de Propaganda Fide, la Congregación romana para las misiones.

 

  1. Poner la palabra de Dios en las manos del pueblo

Hay que llegar a todos, en Italia y en el mundo. Alberione expresaba de modo simple y eficaz su preocupación: «Las cuatro mujeres piadosas que comulgan cada mañana, los cuatro jóvenes que se reúnen cada tarde en torno al párroco, no son toda la villa, no son toda la población». Él mira precisamente al pueblo; pero el pueblo del siglo XX ya no es el de las grandes procesiones o que se agolpa para los ritos de la parroquia: está fuera de los recintos de la Iglesia. Sin embargo, Albe­rione sigue hablando de pueblo y no se arredra.

La Iglesia había reaccionado, desde los años de mil Ochocientos, con la idea de las misiones populares que deberían haber traído de nuevo el pueblo a la iglesia. Después, el movimiento católico, ante todo la Acción Católica, se dirigía a una Iglesia menos clerical, que mediante los laicos vivía en los varios ámbitos, creando figuras y espiritualidades nuevas, como la vida y el compromiso del militante católico.

Alberione tuvo una intuición simple y basilar: llevar el Evangelio a todos. Escribía: «Por entonces tan sólo algunas personas, y raramente, leían el Evangelio; como asimismo se frecuentaba poco la Comunión. Existía una especie de persuasión de que no se podía dar al pueblo el Evangelio, y mucho menos la Biblia. La lectura del Evangelio era casi exclusiva de los no católicos». En cambio, el Evangelio debía llegar a todos y a todas las casas: «Hacía falta que se diese culto al Evangelio... La predicación debe referirse y amoldarse bastante más a él». Entre 1960 y 1961, lanzó la Biblia a mil liras, un precio muy bajo (y una empresa económicamente arriesgada) que facilitaba la entrada del texto por doquier, preparando así la conciencia bíblica del Vaticano II.

En efecto, el Concilio quiso poner de nuevo la palabra de Dios en las manos del pueblo. En cinco años, la década de los 1960, se difundieron en Italia casi millón y medio de Biblias. Escribía Albe­rione: «La Biblia debe leerse con sencillez: cuando el papá escribe una carta no va a pararse uno en la gramática o en la sintaxis, sino en qué noticias da». En estas palabras no hay un pensamiento simplón, sino lo que dice Gregorio Magno: «¿Qué es la Escritura si no la carta de Dios omnipotente a su criatura? Léela, pues, con amor ardiente». La Biblia, decía Alberione, debe leerse en familia, en la escuela y en la iglesia, donde hay que dar verdadero culto a las Escrituras. Había estudiado las varias espiritualidades, pero en fin de cuentas, decía, está «siempre Jesucristo». Es una tesis afirmada por el cardenal Martini, quien insistía en el tejido bíblico unificante de las diversas escuelas espirituales.

La fe no es algo individual, sino el lugar para impregnar la vida y el ambiente, para hacer cultura no en sentido académico. Para Alberione, era preciso crear una cultura de pueblo, inspirada por la fe. No era solo cuestión de imprimir textos religiosos o teológicos (si bien la San Pablo desempeñó una gran función después del Concilio dando a conocer en Italia los textos de los grandes teólogos europeos, como Rahner o Congar, en los estupendos volúmenes, bien encuadernados y elegan­te­mente presentados, de la “Biblioteca de cultura religiosa”). Un pueblo no existe sin una cultura compartida. Había que crear una cultura popular.

La obra mejor lograda en este sentido es Familia cristiana, nacida con el aporte de las Hijas de San Pablo en 1931, la tarde de la vigilia de Navidad. Alberione asigna a la revista el cometido de crear una cultura de pueblo: «Familia cristiana no deberá hablar de religión cristiana, sino cristiana­mente de todo». Al principio se dirigía a las mujeres, a las madres. La prensa no está sólo al servicio de la doctrina. En 1982 Juan Pablo II afirmaba algo muy claro al respecto: «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida». Una dimensión de pueblo vive en una cultura. Y la cultura tiene necesidad de intelectuales, pero también de obreros emprendedores, de difusores.

Afirma Alberione: «Hoy, más que en el pasado, vale la organización, especialmente la interna­cional, en cada uno de los sectores». La modernidad de este empresario de Dios está en compren­der cómo, en el mundo contemporáneo, no se debe tener miedo de hacer cosas grandes. Y éstas son posibles con la organización. Tecnología, organización, espíritu de empresa, entusiasmo evan­gélico forman un conglomerado humano del que nace la obra de Alberione. En 1951 el Fundador, como enseña san Pablo, afirma que «la Palabra no está prisionera...; el progreso humano aporta medios cada vez más perfectos y eficaces». Le había fascinado la frase de Ketteler, arzobispo de Maguncia: «Si san Pablo volviera al mundo, se haría periodista». El problema está en «ser san Pablo vivo hoy»; ello puede parecer una ambición desmedida: querer encarnar e igualar al Apóstol de las gentes, que dejó su marca en una parte relevante del Nuevo Testamento y consiguió el paso decisivo del cristianismo desde el mundo hebreo a la gentilidad. Y bien, tal es la ambición personal y, sobre todo colectiva (para su familia religiosa) que el P. Alberione nutre con decisión. Entre pe­queñas ambiciones y muchos miedos del mundo eclesiástico, destaca este gran designio apos­tólico, empresarial, cultural y humano, misionero sobre todo, con la tenacidad de luchar para realizarlo y para organizar un mundo de colaboradores con instrumentos modernos.

La ambición espiritual y práctica del Fundador es muy grande y me hace recordar a un gran Padre de la Iglesia, Juan Crisóstomo, que predicaba sobre el apóstol Pablo: «Desde el momento en que Dios ha honrado al género humano hasta el punto de considerar a un solo hombre (Pablo) digno de realizar empresas tan grandes, emulémosle, imitémosle, esforcémonos para llegar a ser como él y non pensemos que ello sea imposible».

La historia de Alberione, este empresario de Dios, en un tiempo de grandes miedos y de pequeñas ambiciones, como es el nuestro, tanto en la sociedad como en la Iglesia, me parece que está apuntando al valor creador y moviente del sueño: un sueño no de grandeza, cuanto de pasión por el Evangelio y por cuanto Alberione sigue llamando “el pueblo”, deseando que de veras sea un pueblo grande.

 

Agenda Paolina

28 Marzo 2024

Nella Cena del Signore (bianco)
Es 12,1-8.11-14; Sal 115; 1Cor 11,23-26; Gv 13,1-15

28 Marzo 2024

* SSP: 1988 Maggiorino Vigolungo viene proclamato Venerabile.

28 Marzo 2024FSP: Sr. M. Augusta Biolchini (2018) - Sr. Donata Narcisi (2019) - Sr. M. Dorotea D’Oto (2023) • PD: Sr. M. Tarcisia Spadaro (2008) - Sr. M. Emanuella Santini (2011) - Sr. M. Leonarda Pompiglio (2023) • IGS: D. Giorgio Zeppini (2018) • ISF: Michele Perillo (1996).

Pensamentos

28 Marzo 2024

O Gesù, Maestro divino, ringrazio e benedico il tuo cuore amantissimo per l’istituzione del sacerdozio... Manda buoni operai alla tua messe, o Gesù. Siano i sacerdoti sale che purifica e preserva; siano la luce del mondo; siano la città posta sul monte; siano tutti fatti secondo il tuo cuore (PR 137).

28 Marzo 2024

Jesús, Maestro divino, te doy gracias y bendigo tu corazón lleno de amor por la institución del sacerdocio... Manda buenos obreros a tu mies, oh Jesús. Que todos los sacerdotes sean sal que purifica y preserva, luz del mundo; ciudad situada en lo alto; que todos estén modelados según tu corazón (PR 137).

28 Marzo 2024

O Jesus, Divine Master, I thank and bless your most loving heart for the institution of the priesthood... Send good workers to your harvest, O Jesus. Let the priests be the salt that purifies and preserves; may they be the light of the world; may they be the city placed on the mountain; let them do all these according to your heart (PR 137).