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Vie, Abr

Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Esta frase con la que inicio mi artículo nos asegura la promesa hecha por Jesús a sus discípulos: estar con ellos siempre. La relación que tuvo el Hijo de Dios con sus discípulos, durante su ministerio terreno, estuvo caracterizada por su atención siempre pronta hacia ellos. Los formó para que actuaran la misión cuando físicamente ya no estuviera con ellos. Se pusieron felices cuando una multitud gozosa lo recibió en la Ciudad Santa de Jerusalén agitando ramos de olivo y gritando «¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, y el rey de Israel!» (Jn 12, 12-13). Pero llegarían tres días terribles. El Jueves los reunió en el Cenáculo, con un deseo enorme de amistad, al grado de agacharse y lavarles los pies y donarse como pan «partido» y sangre «derramada»; cuando Jesús estaba orando en el Huerto de los Olivos quería sentir la presencia consoladora de ellos, no lo logró pues sus tres amigos predilectos «tenían los ojos cargados de sueño», lo dejaron sólo con su dolor y cuando lo aprehendieron lo abandonaron todos. El Viernes Santo no lo acompañaron en su camino al Calvario. Con su muerte pensaban que todo había concluido. Creyeron haber tenido un hermoso sueño y que al final volvían a «poner pies en tierra». El Sábado Santo había sido el más triste de sus vidas. No sabían que Jesús estaba más allá de aquella piedra pesante que cerraba ese sepulcro. Y que, aún sin vida, ha continuado a donarla «bajando a los infiernos», es decir en el punto más bajo posible: ha querido llevar hasta los límites extremos su solidaridad con los hombres. Pasarán horas para que los apóstoles comprendieran que Jesús cumplía su palabra: estará siempre con ellos.

En el Pregón pascual se canta: «Alégrense, por fin los coros de los ángeles, alégrense las jerarquías del cielo y, por la vitoria de rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación… Goce también la tierra, inundada de tanta claridad… Alégrese también nuestra santa madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante». Con este grito de alegría la Iglesia, celebrando esa noche la solemne Vigilia Pascual, saluda la resurrección de nuestro Señor. No podía ser diversamente, pues el anuncio de la resurrección de Jesús es la noticia más extraordinaria que se haya sentido jamás sobre la tierra.

A partir de esa Pascua la presencia del Resucitado sería distinta. Las primeras palabras dichas a las mujeres que, como fieles discípulas, habían ido a su sepulcro fueron «No temáis. Id a decid a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» (Mt 28, 10), y según san Lucas Jesús dijo a sus Apóstoles: «La paz con vosotros» (Lc  24, 36); por su parte san Juan, el «Discípulo amado», pondrá por escrito las dos veces en que Jesús les dirige el mismo saludo: «La paz con vosotros» (Jn 20, 19.21). Con esto los autores sagrados quieren decir que Dios no abandona a los suyos, sobre todo en los momentos difíciles. Dios es fiel, y su fidelidad se manifiesta viviente en Jesús. El que fue presentado como el «Emmanuel», es decir, el «Dios con nosotros», muestra ahora la verdad de esta expresión.

Estas palabras de Jesús: «No teman, yo estoy con ustedes», nunca, como en este tiempo caracterizado por un pánico mundial debemos hacerlas realidad en nuestra vida diaria, pues constatamos día a día cómo tantos familiares y personas conocidas y no conocidas se nos “están adelantando” debido a esta pandemia. Me viene a la mente una homilía predicada por el P. Patrick Nshole (paulino de la Circunscripción del Congo) hace varios años, en la Sottocripta del Santuario «Reyna de los Apóstoles», en donde decía «En la sagrada Escritura encontramos 365 ocasiones esta frase, o con palabras semejantes: “No teman, yo estoy con Ustedes”». Evidentemente el P. Patrick tiene razón, pero habrá que añadir una más para que sean 366 veces. Me refiero a la que el Divino Maestro le dijo a nuestro Fundador que la narra así: «En momentos de especial dificultad… Jesús Maestro, en efecto, decía: “No temáis. Yo estoy con vosotros…”» (AD 151.152). El “sueño” relatado aquí debió tener lugar en el año 1923, cuando el P. Alberione cayó en una grave enfermedad, de la que parece se libró de manera prodigiosa (cf AD 152, nota 1). Esta promesa tendremos que hacerla presente y tener más fe en ella: Jesús cumple siempre su palabra: ¡está con nosotros!

  1. José Salud Paredes

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19 Abril 2024

Feria (bianco)
At 9,1-20; Sal 116; Gv 6,52-59

19 Abril 2024

* Nessun evento particolare.

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