Inicio con este presupuesto: la formación de quien se quiere consagrar a Dios no es algo que se da automáticamente: se entra en la comunidad y con el pasar de los años se va formando el religioso como por “arte de magia”. ¡No! No es así. La formación pide prestar atención en varios aspectos y en varias áreas y, además, la intervención activa de varios sujetos. Evidentemente somos conscientes que la formación es ante todo una acción de Dios (es Él quien llama y forma) y del hombre (es él quien se deja plasmar para responder a esa llamada), todo esto en un tiempo dedicado especialmente a esta finalidad (formación inicial) y después por toda la vida (formación permanente). La formación de los religiosos ha sido uno de los temas más afrontados por la Iglesia en estos últimos años. Ella quiere remediar las carencias formativas que observa en muchos de los religiosos, religiosas, y sacerdotes (diocesanos y religiosos).

Los distintos enfoques de la formación a raíz de la publicación de la nueva Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis. (7-12-2016) han dado un grato impulso al tema formativo. Aunque si el documento se aplica sobre todo a los sacerdotes diocesanos nos motiva a la actualización de nuestros métodos formativos. Ahí se dice expresamente: “Deberán conformarse a las normas de la Ratio fundamentalis, con las debidas adaptaciones, las Ratio de los Institutos de vida consagrada”. (Normas generales 1). Es por ello que este documento no debe pasar desapercibido por quienes desarrollamos este apostolado. En esta colaboración me detendré en el rol que tiene la comunidad como ambiente formativo.

En la red de mediaciones pedagógicas indispensables en un proceso formativo se encuentra la comunidad, como lugar y sujeto de formación a la vida consagrada. Esto mismo lo escuchamos en varias de las “Relaciones” que se presentaron durante el 2º Seminario Internacional sobre la Formación Paulina para la Misión. (Ariccia, 4-8 noviembre 2019). Es muy significativo que la Exhortación Apostólica Vita Consecrata la sesión que se refiere a la formación se encuentre precisamente al interno del capítulo II, dedicado a la comunidad, como queriendo subrayar su titularidad natural educativo-formativa. Dice la Exhortación: “Puesto que la formación debe ser también comunitaria, su lugar privilegiado … es la comunidad” (67). La comunidad es el lugar por excelencia del proceso pedagógico de la educación-formación-acompañamiento del candidato. En un plan teológico la comunidad es el lugar privilegiado de formación porque ella es la depositaria del Carisma del Fundador. Ahí se da la epifanía del carisma como forma de vida del consagrado.

Para que una comunidad constituya un verdadero ambiente formativo debe contar con recursos pedagógicos y ponerlos a disposición de todos y de cada uno, de modo que el candidato tenga la oportunidad de vivir una experiencia personal, integral de madurez y crecimiento y en consonancia con las etapas formativas. Estos recursos son: a) un auténtico clima fraterno-espiritual en donde confluyan la animación litúrgica, los valores propuestos, la coherencia entre valores y vida comunitaria, una sabia y sana disciplina religiosa-comunitaria; b) formadores adecuadamente preparados. Si es Dios quien forma, el que desarrolla su apostolado en este campo cubre el rol de colaborador-mediador, rol indispensable para ayudar al joven a dejarse plasmar por la gracia de Dios. Hoy día los formandos reciben normalmente excelentes contenidos escolásticos (filosóficos, teológicos, bíblicos, etc.), ¿cuánto de este material didáctico se vuelve útil para la formación? ¿Cuántas veces no se queda sólo como “contenido escolástico” de estudiar para los exámenes? El problema no es sólo didáctico-escolástico, se refiere también a la formación en sí misma, y a la persona del formador en cuanto tal, porque es a él a quien toca ayudar al formando a hacer vida tantos conceptos que va adquiriendo.

Continuará…