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Vie, Abr

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El Instituto Virgen de la Anunciación (IMSA), estrechamente vinculado al misterio de la Anunciación del que toma nombre, es uno de los cuatro Institutos Paulinos de vida consagrada secular agregados a la Sociedad de San Pablo. A él pertenecen las Anunciatinas, mujeres consagradas a Dios con la profesión de los consejos evangélicos. Viven su consagración en el mundo, en medio de la gente con quien comparten ansias, gozos, dificultades y preocupaciones. Su misión consiste en vivir de Jesús, anunciando el Evangelio del divino Maestro en los diversos ámbitos sociales donde están insertas, según el espíritu y el apostolado de la Sociedad de San Pablo y de la Familia Paulina.

 

Los comienzos

Como todas las instituciones fundadas por el P. Alberione, también el Instituto Virgen de la Anunciación tiene sus raíces en la “noche de luz” que el joven Alberione vivió en los albores del siglo XX  durante la adoración eucarística. «Habéis nacido de la Hostia», repetirá muchas veces el Fundador a sus hijos e hijas a lo largo de su vida. En aquella noche de gracia nació el Instituto y toda la Familia Paulina. Es significativo además observar cómo el P. Alberione, prácticamente a todas las fundaciones femeninas les dijo que el libro “La mujer asociada al celo sacerdotal” lo escribió para ellas… aunque las fundaciones vinieran muchos años después.

A este respecto sería interesante indagar en la prehistoria de los Institutos de vida secular paulinos. Habría que indagar entre las almas más sensibles de cooperadores y cooperadoras, de muchas de las cuales se sabe que hicieron con el P. Alberione “votos privados” (algunas al final de la vida, como me contaba el P. Fedele Molino de dos tías suyas, vivían con las Hijas de San Pablo en Alba en habitaciones particulares). El Fundador no quiso crear una tercera orden o una especie de oblatos/oblatas, pues diversamente lo hubiera hecho mucho tiempo antes; sólo cuando apareció la forma jurídica que consideraba adecuada a lo que pretendía... entonces empezó la historia.

 

Para las Anunciatinas el comienzo jurídico se remonta al 15 de agosto de 1958 con el ingreso de 12 muchachas (10 en el noviciado y 2 en el postulantado) durante el curso de ejercicios predicados por el beato Santiago Alberione en Bálsamo (Milán). Antes del curso había habido una jornada de retiro, el 20 de julio de 1958 en la “Casa Divino Maestro” de las Pías Discípulas, en Bálsamo. El encuentro, organizado por el P. Carlos Stella, presentes el P. Alberione, la Hna. Felicina Luci (FSP) y la Hna. Francisca Marcheggiani (PD), tenía la finalidad de presentar el naciente Instituto a las muchachas que el P. Stella seguía en la dirección espiritual. Buena parte de aquellas jóvenes, ya consagradas a Dios de modo privado, entrarán en el Instituto.

El P. Alberione no tomó directamente la guía del Instituto hasta agosto de 1959, con la ayuda de la Hna. Felicina Luci. Pero ya había llamado a dicha Hna. a colaborar en ello el 4 de abril de 1958. La Hna. Felicina se dedicó totalmente al Instituto durante 18 años hasta 1976.

El Primer Maestro animó personalmente muchos de los cursos de ejercicios en Ariccia y en Turín. Sus meditaciones, patrimonio espiritual de las Anunciatinas, se recogieron en Meditaciones para consagradas seculares: vol. I (1976) y vol. II (2013) [sigla: MCS y MCS2], donde podemos encontrar su pensamiento sobre cuál y cómo debía ser la vida espiritual del naciente Instituto. Téngase presente que en varios cursos estaban presentes también los Gabrielinos.

En noviembre de 1958 salió el primer número de la circular interna del Instituto al cuidado de la Hna. Felicina, titulada “Santísima Anunciada”. Circular interna de las Anunciatinas, que en 1962 tomará el nombre de “Institutos Seculares” y en enero de 1963 el de “Sed perfectos”.

El Primer Maestro encargó la guía de los Institutos al P. Amorth en agosto de 1959. Le fueron confiados los Gabrielinos, las Anunciatinas (ya existentes) y la urgencia de comenzar el Instituto Jesús Sacerdote. El P. Alberione pidió repetidamente al P. Amorth comenzar también un instituto para casados, pero el P. Amorth siempre respondía que no podía con tanto. Al crecer el número de miembros, dejó a los Gabrielinos y después también el Instituto Jesús Sacerdote. El P. Amorth con la Hna. Felicina empezaron enseguida a viajar por Italia para dar a conocer a las Anunciatinas. La respuesta fue sorprendente. En 1959, durante los cursos de ejercicios espirituales entraron 29 novicias y 37 postulantes.

En diciembre de 1959 con el título de “Instituto Virgen de la Anunciación”, llegó una primera redacción del Estatuto. Ese mismo año el Fundador quiso que en Turín, dentro de la SAIE, comenzara la experiencia de un grupo de Anunciatinas con vida común, trabajando como empleadas de la Casa Editora y preparándose para el “gobierno” del Instituto, acompañadas por las Apostolinas Hnas. Ignacia Mercuri y Magdalena Verani. El grupo, seguido esmeradamente por el proprio P. Alberione y algunos sacerdotes paulinos, se disolvió en 1970. En el Estatuto quedó la posibilidad de hacer vida comunitaria.

El 8 de abril de 1960, con decreto firmado por el cardenal Valerio Valeri, prefecto de la Sacra Congregación de los Religiosos, la Santa Sede aprobó la “Asociación Paulina para Sacerdotes, para hombres y mujeres”, dividida en tres secciones, como “ópera propria” de la Pía Sociedad de San Pablo y aprobó los Estatutos por un decenio.

Las Anunciatinas crecían de número y el P. Amorth y la Hna. Felicina trataron de dar una estructura al Instituto. En 1965 (2-3 de enero) se organizó en Roma el primer Convenio nacional con la presencia del P. Alberione, P. Amorth, Hna. Felicina y 33 Anunciatinas. Al finalizar 1965, el Instituto estaba ya estructurado: las Anunciatinas constituían 29 grupos y tenían la propia delegada (Sed perfectos, oct. 1965, pág. 10).

Los retiros mensuales y los ejercicios espirituales eran, y lo son aún, los momentos más significativos de la formación de los miembros, que iban creciendo en el conocimiento de su vocación-misión y en el sentido de pertenencia al Instituto y a la Familia Paulina. Es grande el reconocimiento de las Anunciatinas por el bien que el P. Amorth hizo al Instituto en los 17 años que estuvo guiándolo: lo había tomado de las manos del Fundador en 1959 con pocas jóvenes, lo acompañó y formó hasta 1976 dejándolo con más de 350 miembros.

El número de las Anunciatinas siguió creciendo hasta llegar en 1990 a 412 miembros. Los años sucesivos registraron un declive debido a la disminución de vocaciones y a la muerte de las más veteranas. Después del P. Amorth, se siguieron estos mandatos de los delegados: P. Tarcisio Righettini (1976-1992); P. Antonio Castelli (1992-2005); P. Vito Spagnolo (2005-2017).

 

Espiritualidad y misión específica del Instituto

Por voluntad del Fundador, las diez Instituciones que componen la Familia Paulina, aun con la especificidad de cada una, están unidas entre ellas por un “proyecto unitario” de espiritualidad y de misión. Él pensó el conjunto como “un solo cuerpo en Cristo y en la Iglesia”.

Este cuerpo tiene: origen común, el Sagrario –“Habéis nacido de la Hostia”–; espiritualidad común –“Vivir integralmente el Evangelio, vivir en el divino Maestro en cuanto es Camino, Verdad y Vida; vivir de él como lo comprendió su discípulo san Pablo, en el clima de la Reina de los Apóstoles”–; misión comúnDar a Jesucristo Camino, Verdad y Vida a todos con todos los medios que ofrecen el progreso y la técnica”–.

El Instituto tiene, pues, la misma espiritualidad y el mismo carisma del conjunto de la Familia Paulina, pero así como en el cuerpo humano cada miembro tiene su cometido, cada Instituto tiene una identidad suya específica.

El Primer Maestro, en una meditación del primer curso de ejercicios tenido en Bálsamo el año 1958, sintetiza así, a las primeras Anunciatinas, su vocación-misión: «Emplear la vida por el Maestro divino..., ser almas que arden de amor de Dios y traducen su vida en apostolado... ¿Cuántos pueden ser los apostolados? Innumerables, cuantos son las necesidades nacidas en la Iglesia».

Y un año después en otro curso de ejercicios espirituales, también en Bálsamo, explica a las Anunciatinas de la primera hora su identidad específica dentro de la Iglesia y de la Familia Paulina, con estas palabras: «¿Por qué llamarse Anunciatinas? ¿Tiene una razón este nombre? No es casual. El hecho de la Anunciación y, por tanto, de la Encarnación del Hijo de Dios cuando María dijo “Fiat mihi secundum verbum tuum”, es el más grande hecho de la historia, pues entonces comenzó nuestra redención…. Por ello, Anunciatinas quiere decir estar en el centro de la historia y en el comienzo de la Redención. Es el nombre más hermoso» (MCS p. 180).

Cada Instituto de la Familia Paulina tiene una propia identidad específica que reverbera en su nombre determinante y caracterizador. El Instituto Virgen de la Anunciación, estrechamente unido al misterio del la Anunciación y de la Encarnación del Hijo de Dios, tiene en este misterio el secreto de su identidad y misión que el Fundador sintetizó en dos puntos fundamentales:

1) Virginidad y maternidad espiritual: “Aquí está el gran signo del amor que el Señor os tiene”. Asociando a las Anunciatinas al misterio de la Anunciación, es como si el beato Santiago Alberione hubiera querido entregarlas al corazón de la Virgen Anunciada, para aprender directamente de ella a vivir la virginidad por el Reino y la maternidad espiritual. Tras las huellas de María Anunciada, las Anunciatinas acogen en sí mismas a Jesús y lo dan allí donde viven y trabajan. Llamadas a ser “imitadoras de María y testimonios del misterio de la Anunciación en el hoy de la Iglesia” (P. Tonni, Presentación del Estatuto de 1977), las Anunciatinas viven su consagración al Señor en la secularidad, sin que externamente nada las distinga de las personas comunes, pero con la pasión en el corazón de llevar donde viven y actúan a Jesús y  su Evangelio.

2) El segundo signo del gran amor que el Señor os tiene es que podéis ejercitar todos los apostolados posibles adaptos a vuestras particulares condiciones… (P. Tonni, Ibidem). Todos los apostolados… pero con un corazón de madre. En cualquier ambiente donde se desenvuelvan, sea ocupando puestos de responsabilidad, sea desempeñando trabajos humildes y escondidos, las Anunciatinas, unidas a María, tratan de llevar doquier a Jesús Camino, Verdad y Vida, único Maestro y única salvación para el hombre.

El medio más poderoso y eficaz de la Anunciatina, que llega donde ninguna técnica puede alcanzar, es anunciar a Cristo Jesús con el corazón de madre, el corazón mismo de María, e indicar el camino más fácil y seguro para llegar a Dios, el camino que Jesús mismo eligió para venir a nosotros: su Madre.

La vida de la Anunciatina es como una prolongación del “sí” de María en el hoy de la Iglesia. Es una vocación maravillosa y de lo más actual en nuestra sociedad, que parece haber optado por prescindir de Dios. Pero no es fácil vivir y obrar en el mundo sin dejarse “atrapar” por él.

Ello es posible sólo si se vive en continua unión con Jesús Maestro y Señor de la vida, de modo que Él sea el centro de todo el pensamiento, de todo deseo, de toda actividad. Caminar cada día bajo la guía de María, Madre y Maestra y Reina, hacia la meta que el Fundador indicó a sus hijos e hijas para poder alcanzar el “No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”. Así  se pasa a ser parte de aquel “nuevo escuadrón de apóstoles” que el P. Alberione “vio” en la famosa noche de luz: apóstoles que sentirían cuanto él sentía.

 

 

 

TEXTOS EJEMPLARIZADORES CON COMENTARIO

Para definir la vida y la espiritualidad de una Anunciatina según el Primer Maestro, considero lo mejor exponer algunas textos suyos comentándolos, sin pretender ser exhaustivos.

 

 

Cómo nacieron los “Institutos Seculares”

 

«Así nació esta forma de vida, llamada de los Institutos Seculares. Este nombre se lo dio Pío XII a estas asociaciones. ¿Por qué? Porque hay muchas personas que no podrían entrar en los Institutos totalmente religiosos, como serían las Congregaciones religiosas. Hay un discreto número de mujeres que desean consagrarse al Señor en una vida de mayor perfección y al mismo tiempo dedicarse a un apostolado para la salvación de las almas, pero no quieren el hábito religioso; otras muchas ocupan en la sociedad ciertos oficios que no es conveniente abandonar. Hay, por ejemplo, maestros de alto rango, como en la universidad, y otras personas que en la sociedad hacen tanto bien, y no conviene que lo dejen para entrar en un Instituto religioso. Hay personas que no pueden vivir en comunidad, porque no tienen la salud adecuada a una vida plenamente comunitaria, o quisieran un apostolado más moderno y correspondiente a las actuales necesidades.

Hoy se necesita tal ayuda en la parroquia, en el servicio de la diócesis, en la Acción Católica, en la escuela. Estas personas quisieran una vida bien dirigida, no la incertidumbre espiritual de tener a veces un confesor, a veces otro, a veces un espíritu a veces otro; quisieran una vida dirigida en el sentido de recibir instrucciones cada mes, de tener cuanto es aprobado por la Santa Sede, o sea por el Papa, y por tanto caminar seguras sabiendo llevar una vida de mayor mérito. Todo ello da tanta paz a las almas. Una vida bien encauzada, pero también libertad de iniciativa. Una persona puede hacer un bien, otra otro.

Hay mujeres que no pueden meterse a monjas porque han servido a los padres ancianos, hasta que el Señor se los ha llevado. Ahora ya no pueden entrar en un Instituto religioso porque pasó la edad. Hay personas que tienen aún compromisos de familia. O bien que querrían ser un poco ágiles en las necesidades nuevas de los tiempos, aun viviendo siempre en obediencia para ganar el mérito de esta virtud. Hay gran número de personas que quisieran santificarse y salvar almas, ayudar a las almas, y que no podrían entrar en los Institutos religiosos, en las Congregaciones religiosas con el hábito y la vida comunitaria... Pues bien, la Iglesia ha proveído. Sí, permaneced en el mundo y haceos santas; dad buen ejemplo, vivid plenamente vuestra vida cristiana, consagraos a Dios y obrad en el apostolado que os sea posible, el que se os presente.

Con los Institutos Seculares, la Iglesia recibe a todas estas hijas, a todos estos hijos, bajo una  guía suya particular para que alcancen la santidad y obren en la sociedad el mayor bien posible» (Alberione, MCS págs. 9-10).

 

Como podemos ver, comenzando  la primera meditación (20 de julio de 1958) al primer grupo presentado por el P. Stella, el Fundador presenta la posibilidad de una nueva forma de Vida Consagrada percibiendo  la necesidad de los tiempos y la aprobación oficial de la Iglesia. Aquí cabe captar como primer elemento la posibilidad de tener una sólida y duradera guía espiritual para dar el bien a la sociedad contemporánea, para hacer el bien a los hombres de hoy en modo moderno. En esbozo podemos ver los mismos elementos dados en el origen de la Familia Paulina, abriendo una posibilidad nueva, que antes no había.

 

 

Apostolado

«Trabajad por la salvación de las almas, alejad los peligros y procurad los medios para que las almas se salven. Tened una maternidad grande. Mirad un poco todos los apostolados; no la esterilidad con una piedad egoísta, restringida, una piedad manca en fin de cuentas, pues con ella la persona se vuelve ácida. Al contrario, cuando el alma se consagra a Dios y por las almas, entonces la vida es plena, gozosa, aunque haya luchas, aunque se den desengaños, aunque, después de tantos intentos, no logremos hacer el bien. Por otra parte, ¿qué debe ser una Anunciatina? Debe ser, como la definió el Papa, la mujer que se consagra por las almas. Primero, debe arder de amor de Dios, como dice el primer mandamiento; segundo, querer transformar la propia vida en apostolado. Estas son las dos expresiones: arder de amor de Dios y transformar la propia vida,  cuanto sea posible, en apostolado. Esta es la vocación de la Anunciatina. Así pues, dos amores en el corazón: Dios y las almas; Dios y su gloria, las almas, «pax homínibus», paz a los hombres, es decir salvación para ellos» (Alberione, MCS, pág. 377).

Esta meditación, hecha en Ariccia durante los ejerciciosi de agosto de 1962, nos muestra en fondo los acostumbrados temas del P. Alberione. En efecto,  la espiritualidad en la Familia Paulina es única, universal, va a lo esencial y se concreta en lo cotidiano.

Se comienza con la “salvación de las almas”; de hecho, la “salus animarum” es el primer fin de la Iglesia misma, porque es el llevado a cabo por el propio Jesús. Por tanto, se debe recordar siempre que el fin y centro de toda actividad es la salvación eterna de las almas; lo demás, aun siendo noble, resulta secundario.

Y no se trata de un discurso teórico, ideal, sino de práctica, es decir “pastoral” que quiere decir “trabajar” por la salvación de las almas (recuérdese también a san Pablo cuando dice “he trabajado más que todos”). ¿De qué modo? En positivo “procurando los medios”; en negativo alejando los peligros. ¡El P. Alberione reduce a este par de puntos los manuales de pastoral! La esencialidad queda expresada con toda sencillez: “Tened una maternidad grande”. Obviamente podemos captar que está invitando a imitar a María, la madre de Jesús. Efectivamente, ¿qué hace una madre por los hijos? Los ama, piensa en su bien, no teóricamente sino preocupándose de alejar de ellos los peligros, las pruebas demasiado grandes… Y cuando no puede hacerlo directamente, lo pide a quien es capaz de proteger y ayudar a sus hijos. “Procurad los medios para que las almas se salven”: aquí convergen todas las formas activas de apostolado, también los “medios más rápidos y eficaces” que tenemos a nuestra disposición; o sea el apostolado paulino en todas sus formas, según las capacidades y disponibilidades concretas. “Mirad a todos los apos­tolados”: un corazón grande no se espanta ante las fatigas, sino que ve el bien a lograr; el corazón de una madre no mira las fatigas y humillaciones, sino el bien que de ellas reciben sus hijos. ¡Todos los apostolados, es decir, todo, pequeño o grande, sirva para la salvación de las almas!

Pero no se puede dar a los otros si somos fríos y rígidos por dentro. Lo contrario de una maternidad grande es una “piedad egoísta, estéril y encogida”. Esto vale para toda alma consagrada y tanto más para quien está en el mundo: si no cuida el amor ardiente de su alma, ¿qué podrá dar a los demás?

No basta hacer el bien;  hacen falta almas consagradas. El P. Alberione lo dice claramente en AD[1] y nunca cambiará de idea: para el apostolado paulino sirven almas consagradas, en cualquier estado de vida se encuentren; diversamente se hace obra social, no apostolado. Y esto lo aplica a las Anunciatinas que, como almas consagradas en la vida secular, “fermentan la masa” para salvar almas trabajando de incógnito.

A este respecto, enseguida se apela al Papa –el Fundador siempre sostuvo que la Iglesia aprueba lo intuido por él desde la primera a la última fundación– que dice: “Primero, que la persona consagrada arda de amor de Dios, como establece el primer mandamiento; y luego que quiera trasformar la propia vida en apostolado”. Se expresa, pues, en una síntesis extrema: el alma consagrada “arde”, nada de medias medidas, el amor de Dios debe llenar todo el corazón, no una parte. Arder de amor de Dios es condición ineludible, es el primer mandamiento... que no puede desgajarse del segundo, de la caridad hacia los demás. El apostolado que no es amor de Dios y pasa a ser caridad a los demás, se convierte en “paja”, que se quema y no deja nada. Para quien vive “en el siglo”, en casa, en el escondimiento del trabajo, el primer instrumento es la propia vida, por tanto “voluntad de trasformar la propia vida en apostolado”. Ello vale en fondo para todo cristiano, mas para un alma consagrada debe llegar al grado de “arder”.

“Esta es la vocación de la Anunciatina. Así pues, dos amores en el corazón: Dios y las almas”. Pero con delicadeza, el Fundador matiza la “voluntad” exigida precedentemente con “en lo posible”. Los maestros de almas saben bien que si no se conmensura el esfuerzo, las almas se desaniman y se desorientan: hay que tender a lo óptimo pero pidiendo sencillamente lo bueno. “En lo posible” es a la vez exigencia y sentido de medida: a los pequeños se les pide cuanto pueden aportar, y a los más fuertes un peso proporcionado. Aplicando esto al estilo de vida secular específico, quiere decir que en ella se dan tiempos y posibilidades diferentes de las de un convento, así como también ocasiones de bien y de apostolado inalcanzables para quien está en el convento. Podemos observar aquí que el mismo P. Alberione tiene, sí, un corazón grande y ardiente, pero a la vez se preocupa de dar a quien le escucha una “medida” adecuada a las propias fuerzas y estilo de vida.

Por fin el último punto: “Así pues, dos amores en el corazón: Dios y las almas”. Concluye con una síntesis que es un dicho clásico de la espiritualidad de todos los tiempos, pero también un apunte (encubierto, aunque no demasiado) a la espiritualidad paulina, es decir al lema del escudo[2] de la Sociedad de San Pablo y de la Familia Paulina.

«Gloria Dei, Pax homínibus»[3] (cfr. Lc 2,14), es un programa y una síntesis de la espiritualidad y del apostolado paulino, el mismo programa de la Iglesia, el mismo de María: para esto se encarnó Jesús, y los ángeles lo proclamaron en su nacimiento (el misterio de la Encarnación que no podía darse sin el hecho silencioso y escondido de la Anunciación). Más no cabe decir. Eso significa arder con un con un corazón grande.

 

«Y en tercer lugar, cumplid bien vuestro apostolado. Sí, cada Anunciatina tiene un apostolado propio, elegido según las circunstancias y según las propias tendencias; pero está también el apostolado común, que es la unión más íntima con la Pía Sociedad de San Pablo, la cual está destinada a llevar la luz a las almas con los medios modernos, es decir la prensa, el cine, la radio, la televisión, los discos, etc. En ello hay que colaborar» (Alberione, MCS pág. 408).

En concreto cada Anunciatina tiene su apostolado, que es su vida ordinaria, sin olvidar nunca la íntima unión con la Sociedad de San Pablo y la debida colaboración.

 

 

El vestido de los Institutos Seculares

«Vayan por delante algunos ejemplos. Cuantos abrazan la vida de perfeccionamiento se fijan primeramente en la pobreza, que implica mortificación en el gusto, moderación, modestia de vivienda, mortificación y modestia en el vestir. En los Institutos Seculares como el nuestro, no está prohibido poseer; no, no se anula el derecho a poseer; pero el uso debe estar regulado por la obediencia. El vestido del Gabrielino, el vestido de la Anunciatina deben ser según el uso del tiempo, pero de personas con vestimenta modesta que en el mundo pasan casi inobservadas, porque viven y visten como los demás, excepto en lo que resultaría inmodesto o superfluo o lujoso. La pobreza lleva a este uso modesto de las cosas. Y lleva asimismo al trabajo. El trabajo es obligatorio para todos los hombres, sobre todo lo es para los cristianos y para quien se consagra a Dios» (Alberione, MCS2, pág. 65).

Commentamos este texto, no porque el mundo femenino sea más sensible al vestuario, sino para entender qué enseña al respecto el Primer Maestro.

El contexto es el de la “pobreza”; la vida religiosa requiere una pobreza operosa. La pobreza, para el P. Alberione, significa proveer a las necesidades.

Por eso parte de cómo vivieron Cristo y los Apóstoles, y recuerda también la túnica echada a suertes por los soldados junto a la cruz. El vestido, pues, considerado bajo la dimensión del voto de pobreza y por tanto asimismo según la “rueda paulina de la pobreza”.

Pero el Primer Maestro relaciona el tema con la vida religiosa, y vamos a hacer aquí una breve glosa. El hábito es el signo externo con el que se reconocen las personas consagradas a Dios; se trata de una forma de testimonio visivo y por tanto de apostolado, no es un mero reclamo o una distinción estética sino un dar testimonioo público con la propia presencia. Ahora bien, característica de los Institutos Seculares es la de no tener esta visibilidad; el testimonio se da en el escondimiento, debe ser la propia vida ardiente de caridad por amor de Cristo y el manifestar la vida cristiana.

El vestido debe ser “según el uso del tiempo” o sea “con prendas modestas que en el mundo pasan casi inobservadas”. Estamos en el lado contrario de la estética y de la visibilidad: lo que cuenta, ya que estamos en el contexto del trabajo y de la pobreza, es la laboriosidad cristiana, el dar buen ejemplo en el escondimiento. No trompetas altisonantes, sino llevando con nuestra vida el testimonio evangélico, «la fragancia del conocimiento de Cristo» (cfr. 2Cor 2,14).

No se trata, pues, solo de “vestir” sino de un estilo de vida que requiere escondimiento y laboriosidad por el Reino de los cielos. ¿Qué sentido tendría no llevar cierto uniforme, pero  presentarse en las redes sociales o en cualquier circunstancia como “Anunciatina”? Significaría renegar del estilo de escondimiento laborioso requerido por la condición de una vida consagrada en el siglo.

Resulta interesante también la expresión “según el uso del tiempo”. El P. Alberione es un hombre del siglo XIX y vio cómo fue cambiando el mundo y el modo de vestir, la moda. De la “Belle Epoque” a los “años sesenta” (ya en el siglo XX) pasaron muchas estaciones, y él no se puso ningún problema al respecto. A veces se da el riesgo de fosilizarse en un estilo que inicialmente era muy ordinario y se lo reviste de perennidad inútil de cara a la salvación de las almas. Cierto día una Anunciatina le preguntó al Primer Maestro si podían hacerse la “permanente”, y le respondió de forma chocante diciendo “hacéosla sin más”, pues el Señor mira dentro del corazón y no por encima de la cabeza. El estilo de vida deseado por el P. Alberione para sus consagradas seculares es el que agrada a Dios, no el que contenta a los hombres. Lo importante es que viviendo casi de incógnito se lleve su presencia, desapareciendo humanamente. Vestir, pues, “según el tiempo” y vivir según la voluntad de Dios.

 

 

El porqué del nombre Anunciatinas

«¿Por qué el Instituto se llama con el nombre de Virgen de la Anunciación? Porque el Hijo de Dios se encarnó y vino a redimir el mundo. La primera criatura que aceptó la redención, y de consecuencia la nueva vida, fue María, que dijo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Ella es la primera cristiana y la primera alma redimida y más abundantemente redimida; es la primera alma perteneciente a la Iglesia porque está unida con Jesucristo, cabeza del Cuerpo Místico, que es la Iglesia. De esta realidad proviene el nombre dado al Instituto: Virgen de la Anunciación. El otro Instituto, masculino, está a su flanco y se llama “San Gabriel”, porque fue este arcángel quien trajo el anuncio de la Redención. Tres veces lo trajo: primero al profeta Daniel, luego a Zacarías y después a María santísima» (Alberione, MCS, págs. 36-37).

 

«Ahora bien, ¿por qué llamarse Anunciatinas? ¿Tiene alguna razón este nombre? No es casual. El hecho de la Anunciación y, por tanto, de la Encarnación del Hijo de Dios cuando María dijo: “Fiat mihi secundum verbum tuum”, es el más grande hecho de la historia, pues entonces comenzó nuestra redención; seguidamente Jesús predicó su doctrina e instituyó los sacramentos, la Iglesia y nos dejó sus santísimos ejemplos. Murió en la cruz obteniéndonos la gracia, y todos los bienes brotan de allí. Por consiguiente, Annunciatinas quiere decir estar al centro de la historia y en el comienzo de la redención. Es el nombre más hermoso.

Entre paréntesis noto que la tarea de formar a las Anunciatinas lo conservo yo, en general, aunque en particular se lo he confiado al P. Gabriel Amorth» (Alberione, MCS, pág. 180).

 

«(..) Mirad qué gran privilegio para los Gabrielinos y las Anunciatinas. Tres veces al día se recuerda, con el Ángelus, a María, que recibe el anuncio de la Encarnación y ella consiente. Es la jornada más hermosa de la humanidad, y debe serlo también para vosotros. La jornada más útil para la humanidad, cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, asumiendo la naturaleza humana. No hay medio más fácil para recordar la gracia de la vocación concedida a las Anunciatinas. ¡Tres veces al día!» (Alberione, MCS, pág. 323].

«[…] Hermoso es el título “Anunciatinas”, porque recuerda el gran día, el mejor día de la humanidad, de toda la historia humana: el día de la Anunciación» (Alberione, MCS, pág. 327).

 

Si el P. Alberione dijo bien claro que el título de María Reina de los Apóstoles es la devoción de la Familia Paulina, más aún, el primer título mariano, ¿por qué titular el Instituto a la Anunciación?

Es preciso profundizar aún en la mariología del Primer Maestro. Aquí daremos solo algunas pautas últiles. El Fundador enseña –recordémoslo– que son tres los títulos principales de María,  además del de Madre de Dios, como indica León XIII: Mater Ecclesiae, Magistra ac Regina Apostolorum.[4]

Pero el Primer Maestro tiene siempre una reflexión sobre lo que es más originario (también “Maestro/rabbí” es el término con el que le llamaban los discípulos). Aplica, pues, también a María el mismo razonamiento, por lo cual el primer título, o sea como la llamó Jesús, era “Madre”. Con esta ternura y confianza filial deberíamos acercarnos  a María (sin olvidar que es Madre de Dios).[5]

Para el Primer Maestro, María Reina de los Apóstoles es como la suma de todos los títulos de María, desplegados entre los dos dogmas que marcan la vida del P. Alberione: la Inmaculada y la Asunción. Se dirá, ¿qué tiene que ver esto aquí? En medio está la Anunciación. Cierto que  María es Madre de Dios, pero todo comienza en aquel “fiat” con el que por la adhesión de María a la voluntad de Dios empieza históricamente la salvación. Recordemos también que esa fecha le era particularmente entrañable al Fundador: era el día tradicional para las profesiones de las Pías Discípulas. No por caso hay tantísimas meditaciones sobre la Anunciación.

Podemos añadir que para un instituto de vida secular, escondido pero que lleva a Jesús al mundo, ¿qué mejor modelo que el de la Anunciación: decir sí al Señor, tener a Dios en el propio corazón mientras el mundo lo ignora? El primer apostolato lo ve el P. Alberione precisamente en María, que tras el Anuncio del Ángel va a visitar a Isabel. Lleva a Jesús dentro de sí, y esto es el apostolado. He aquí por qué, aun siendo el título más completo el de María Reina de los Apóstoles, quiso subrayar también el misterio de la Encarnación en María, es decir la Anunciación.

 

  1. Gino Valeretto

 

 

 

[1] «Hacia 1910 dio un paso definitivo. Vio con mayor luz: escritores, técnicos, propagandistas, sí; pero religiososreligiosas. Por una parte conducir personas a la más alta perfección, la de quien practica también los consejos evangélicos, y al mérito de la vida apostólica. Por otra parte dar más unidad, más estabilidad, más continuidad, más sobrenaturalidad al apostolado. Formar una organización, sí; pero religiosa; donde las fuerzas están unidas, donde la entrega es total, donde la doctrina será más pura. Una sociedad de personas que aman a Dios con toda la mente, fuerzas y corazón, se ofrecen a trabajar por la Iglesia, contentas con el salario divino: «Recibiréis cien veces más, y heredaréis la vida eterna». Él gozaba entonces considerando parte de esas personas como militantes en la Iglesia terrena, y parte ya triunfantes en la Iglesia celestial» (AD 24).

[2] Aconsejo leer este texto: “El escudo de la Congregación”, S. Alberione, Predicación a las Hermanas Pastorcitas. vol. VII 1954 1955, págs. 177-79. Meditación dada en Albano Laziale el 28-11-1954 cuando se hizo entrega del nuevo escudo en madera, presente en muchas de nuestras comunidades (se lo identifica porque en la Hostia aparece el acróstico MVVV).

[3] Véase además este otro texto: S. Alberione, “Para el cincuentenario”, San Paolo n. 6 1964 págs. 1-4), en particular: «GLORIA A DIOS + PAZ A LOS HOMBRES. Estas son las finalidades. Los fines por los que Jesucristo se presentó a los hombres en el pesebre, quiso que los cantaran los Ángeles: “Gloria a Dios y paz a los hombres”. La gloria de Dios es el fin último y absoluto de la Encarnación, de la Redención y de la Santificación. El segundo fin es la salvación de los hombres: paz con Dios y paz con el prójimo. Para la Familia Paulina no hay otros fines, sino los mismos por los que se realizó la Redención».

[4] «León XIII en una carta en la que exhorta a los fieles a la devoción del rosario, dice: “Consideramos siempre a María como Matrem Ecclesiae, Magistram ac Reginam Apostolorum”. María debe ser tenida como Madre de la Iglesia es decir de los fieles, y Maestra y Reina de los Apóstoles. Consideremos, pues, este triple título que se le da a la santísima Virgen…» [Alberione, MCS2, pág. 25].

[5] «[…] Este título dado a María le agrada mucho a ella. En la tierra ¿cuál fue el primer título dado a María? Ahora se le dan muchos títulos a María, ¿verdad? Tenemos una prueba en las letanías: son más de seiscientos los títulos aplicados a María. ¡Ah!, pero el primer título fue el que conmovió su corazón, y fue cuando Jesús muchachito, mejor niño, al aprender a hablar, por primera vez dijo “Madre”, ¡la llamó madre! El segundo título es “Madre de los Apóstoles”, Reina y Madre de los Apóstoles. Vienen enseguida los Apóstoles, después de Jesús, los primeros en honrar a María fueron los Apóstoles. Lo de Jesús se entiende: él era el Hijo de Dios y el Hijo de Maria; pero propiamente entre los fieles, entre los miembros de la Iglesia, el primer título fue “María Reina de los Apóstoles”. La llamaban madre, la llamaban su maestra, etc.: en sustancia la honraban como a su maestra y reina. Este título la conmuove. Por este título se obtienen innumerables gracias» (Alberione, MCS2 págs. 33-34).

Agenda Paolina

19 Abril 2024

Feria (bianco)
At 9,1-20; Sal 116; Gv 6,52-59

19 Abril 2024

* Nessun evento particolare.

19 Abril 2024SSP: D. Ettore Cerato (1995) • FSP: Sr. M. Immacolata Di Marco (1968) - Sr. Santina De Santis (2003) - Sr. Gemma Valente (2015) - Sr. M. Luciana Rigobello (2018) - Sr. Giuseppina Bianco (2021) • PD: Sr. M. del Sacro Cuore Carrara (2004) - Sr. M. Flavia Liberto (2016) • IGS: D. Sergio Lino (2000) • IMSA: Marta Manfredini (2005) - Anna Paola Firinu (2020) • ISF: Rosetta Sebastiani (1993) - Vincenzo Giampietro (2009) - Rita Morana (2014) - Maria Iacovaz Serli (2018).

Pensamentos

19 Abril 2024

Sempre abbiam da santificar la mente, quindi istruirsi, nell’apostolato. E poi santificare il cuore, quindi amare l’apostolato per amore di Gesù. E poi santificare la volontà, quindi compiere il nostro apostolato, impiegando le forze che abbiamo (APD56, 236).

19 Abril 2024

Siempre tenemos que santificar la mente, por lo tanto, instruirse, en el apostolado. Y después santificar el corazón, por tanto, amar el apostolado por amor a Jesús. Y luego santificar la voluntad, por tanto, realizar nuestro apostolado, con las fuerzas que tenemos (APD56, 236).

19 Abril 2024

We always must sanctify the mind, therefore instruct ourselves, in the apostolate. And then sanctify the heart, then love the apostolate out of love for Jesus. And then sanctify the will, then carry out our apostolate, using the strength we have (APD56, 236).