El ministerio encomendado a la Secretaría general ofrece muchas oportunidades. Una de ellas está en la posibilidad de curiosear en nuestra historia carismática partiendo de un punto de vista muy particular: el de las biografías de tantos cohermanos que han alcanzado al beato Alberione en el cielo. Con la muerte del Hno. Giovanni Pío Rizzo, el pasado 29 de agosto, hemos llegado a 580 hermanos que, después de una vida dedicada a anunciar el Evangelio, han pasado a la vida eterna.
Con el fin de actualizar la sección “En la casa del Padre” del Estado personal online y de dar un rostro –es decir una foto– junto a las principales fechas, cuando es posible –primera profesión, profesión perpetua, sacerdocio– a tantos hermanos que nos han precedido en la misión paulina, he tenido la ocasión de leerme algunas de las necrologías más destacadas que, dentro de una apretada síntesis, cuentan los gigantescos sacrificios para fundar nuestra Congregación en tantas ciudades y continentes, caracterizados por hambre, pobreza, condiciones higiénicas extremas y, a veces, por el rechazo de algunos obispos, pero que testimonian al mismo tiempo el gran entusiasmo y la profunda fe acompañadoras de los primeros tiempos.
Ha sido emocionante leer entre líneas la fuerza interior que sostuvo a los PP. Trosso y Boano, nuestros primeros misioneros enviados en agosto de 1931 por el P. Alberione a Sudamérica, sostenidos por su promesa y su bendición: «Iréis a esparcir la divina Palabra con la prensa: dadla con el mismo corazón que Jesús Maestro tuvo al predicar; con el ardor que animó a san Pablo al difundirla; con la gracia y humildad por las que la Virgen fue la Madre del Verbo Encarnado».
¡Cuántas obras logradas, aunque también cuántos fracasos y humillaciones! Pero yendo siempre adelante, con reglas y principios bien definidos, que el Primer Maestro fijó por escrito en su primera carta enviada a los citados PP. Trosso y Boano en Brasil, y que pueden servirnos de guía hoy: «No hagáis comercio sino negocio espiritual, no dineros sino tesoros eternos»; «Consideraos a la dependencia y al lado de los Obispos y del Clero con cura de almas, colaborando humildemente con ellos»; «Vuestras ediciones sean las más pastorales, las que hubiera hecho san Pablo, si viviera ahora»; «Buena es la confianza en el Señor, que nunca defraudará, pero debe estar fundada en una sincerísima humildad y desconfianza propia».
¡Ayúdenos en este tiempo de paso epocal la misma fe que sostuvo a nuestros padres!
